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Monday, December 9, 2013

Ramón Fernández-Larrea vs. el Che Guevara, la cultura oficial, Alejo Carpentier…

Hasta el Ché Guevara, equivocado como casi siempre, y en ese afán desquiciado de protagonismo e intolerancia personal, marcó profundamente más las culpas cuando quiso opinar sobre cultura en el socialismo, y meterse donde nadie lo llamaba. Él escribió esa cosa tan atroz, El socialismo y el hombre en Cuba, que ha mutilado a mucha gente y le dio armas justificantes a todos los cazadores de brujas. El Ché dijo que "El pecado original de los intelectuales cubanos es que no son auténticamente revolucionarios", y estoy citando de memoria. Esa frase, que es soberbia, machista, excluyente, estalinista hasta el tuétano, y, para decirlo en argentino moderno "de una boludez " impresionante, fue faro para toda una política de aplastamiento de la cultura. Esa frase y la otra imbecilidad que dijo Fidel Castro en la Biblioteca Nacional armaron la larga noche de los cuchillos largos que parió al Congreso Nacional de Cultura de 1971. Ese cuchillo le cercenó la garganta a Lezama, Eliseo, a homosexuales, cristianos, negros creyentes, abakuás, a Cabrera Infante, Sarduy, y por supuesto, a toda la parte anterior formada por Lidia Cabrera, Mañach, Labrador Ruíz. Escritores y pensadores que se fueron. Y lo más jodido es que armó los barrotes para los que veníamos. Y en la punta de la piragua quedaron los que vivían en Cuba pero habían estudiado en Universidades norteamericanas o francesas. Fue horrible. Muchos de ellos, algunos de gran talento, perdieron tiempo e inteligencia vistiéndose de milicianos y payasos, o escribiendo tonterías épicas, con tal de que no les pusieran la sucia bota de los bárbaros en la cabeza. Hasta Alejo Carpentier dejó de escribir cosas coherentes, porque su almita temblorosa se la regaló al máximo líder. Una transacción bastante ridícula para seguir respirando en París. Dicen que yo fui uno de los primeros rebeldes de eso que llaman mi generación. No me lo propuse así. También creí que la obra era buena. Porque la obra es buena sobre el papel, o al menos hermosa. Pero, como decía Gutiérrez Alea, la puesta en escena ha sido un asco.

(Ramón Fernández-Larrea: en la punta de la espada [entrevista]. Cubaencuentro, 2001)

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