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Thursday, December 26, 2013

Elizabeth Burgos vs. “Dulces guerreros cubanos”, de Norberto Fuentes

Una ojeada a los reportajes escritos por Norberto Fuentes demuestra su fascinación por la guerra, los guerreros, y la Seguridad del Estado y «sus soldados del silencio» personificados en el libro por Tony de la Guardia, a quien le está consagrado gran parte de éste, cuya foto aparece en la portada en plena faena de combate y cuya biografía, parece, se proponía escribir con la anuencia del propio Tony. La fascinación, el amor narcisista que ejercía la personalidad de Tony de la Guardia en Norberto Fuentes es una de las claves de la obra. Es el intersticio que deja entrever la dimensión íntima de su fascinación por los guerreros y el papel de cortesano que Fuentes detentaba en el entorno de la casta. Pese a demostrar de pasada ciertos reproches acusando de traición a Patricio y a Tony de la Guardia, sin aclarar la causa, no hay duda de que sentía una verdadera fascinación «ante el joven hermoso y hasta tierno, que venía de los dominios de la muerte, fue algo que el Brother (se trata del propio Norberto Fuentes) disfrutó (...) Endurecido y curado por la sal de la guerra pero consciente de ser hermoso y que aquella tarde hizo, típico en él, un ligero gesto con la comisura de sus labios, abajo y hacia atrás (...)» (p. 438)
   En un ir y venir de reflejos de imágenes, de desplazamientos de un espejo al otro, de situaciones apenas esbozadas, a medida que narra su relación con Tony de la Guardia, va también delineando su papel de cortesano, el cual no está exento de esa adulación que busca provocar en el interlocutor una situación regresiva, que lo disponga a brindarse, a la entrega, a la confidencia. Norberto Fuentes dice que había un problema en el sistema de comunicación de ambos, y es que Tony estaba convencido de que, además de ser «los más brother del mundo, él (Tony) era también una especie de héroe de uso particular mío» (...) «no todos los ciudadanos disponían de un héroe para su uso particular y lustre.»
   Norberto Fuentes no parece haber ocupado otro cargo que el de simple cortesano durante el período en que transcurre su narración. No parece que detentara ningún cargo en particular. Los privilegios de los que gozaba prove nían de sus relaciones con miembros de la casta: las migajas que les caen a los cortesanos son proporcionales al grado de privilegios que detentan los monarcas. Le regalaban dólares; era el encargado de guardarles los maletines; se refiere a un maletín que contenía medio millón de dólares, otro contenía los consabidos Rolex y otros artefactos. Nunca explica ni de dónde provenía ni de quién era, ni para qué, ni tampoco qué hizo con él famoso maletín. Frecuentaba el gimnasio de la casta, lugar privilegiado para los chismes; cuando lo llamaban de alguna oficina, él se encontraba en la cama con alguna mujer. No tenía ocupación. Tenía disponibilidad de tiempo.
   No es nueva la necesidad de complementariedad que existe entre las monarquías y los cortesanos; ya Castiglione se ocupó del asunto en el siglo XVI —y la relación de complicidad y de seducción del autor con la aristocracia de los señores de la guerra es parte de esa dinámica. Relación especular en la que cada uno refleja la imagen del otro —de hombres que sólo pueden amar a su propia imagen, por lo tanto sólo aman a su semejante masculino— alimentada por un narcisismo, que al igual que el que le da origen al nombre, los ahogará en las aguas de su propia imagen, o en la tibieza de su propia sangre, como fue el caso de Antonio de La Guardia y de Arnaldo Ochoa.
   De allí que la asociación que hacían los griegos del guerrero con la femineidad no sea arbitraria. Una legislación de la Grecia antigua,5 prescribía inscribir sobre las tumbas el nombre de quienes no habían muerto en el campo de batalla, y de las mujeres que no habían muerto de parto. El esfuerzo del parto era asimilado al esfuerzo del combate guerrero. Ambos eran considerados como esfuerzos físicos dignos de recibir el nombre de ponos; término que designa el dolor del parto. El ponos es también lo que el muchacho debe aprender a soportar para aprender a ser un hombre. El parto vendría a ser entonces para la mujer una prueba viril y, a la inversa, la guerra sería entonces para los hombres la manera de vivir su parte de femineidad: guerra y femineidad conformarían una díada complementaria. Curiosa asimilación, que tal vez contenga la clave del origen de la guerra y de la fascinación que ésta ejerce en los hombres. El narcisismo, ese enamoramiento consigo mismo, se le suele adjudicar a las mujeres, sin embargo, el sustrato del universo del guerrero es la fascinación por sí mismo, porque su cuerpo es la fuente de su performance. Cada uno es el espejo del otro. Los guerreros se aman entre sí, porque en el otro encuentran a su igual; la repetición de su propia imagen. No es propiamente un deseo homosexual, sino un enamoramiento de sí mismo. No es casual la preferencia que parece cultivar Norberto Fuentes por ciertas practicas sexuales. Su narcisismo le da preferencia a indagar una dimensión del cuerpo femenino, pues él sólo conoce un único conducto corporal que se proyecta en el interior del vientre: el suyo. El reconocimiento de la vagina equivaldría a admitir la existencia del Otro, y eso, para un narciso, significa la caída en el abismo: el abandono de sí mismo. Como le sucederá, si es que no le ha sucedido ya, cuando se percate de que «ese músculo que nunca le falla» está supeditado a la producción de ciertas hormonas la cual tiene una duración limitada en el tiempo.
   Numerosas y concordantes han sido las reacciones relativas a la obra de Fuentes por su falta de escrúpulos relativos a la intimidad sexual, por la ausencia de ética, por su cinismo, su falta de fidelidad hacia sus amigos, y al hecho de no expresar el menor amago de arrepentimiento de su parte. ¿Pero acaso podía actuar de otra forma quien ha sido producto y formado parte de una casta que se rige por normas extrañas a la ética y al escrúpulo moral y que siempre ha vivido fuera de la ley? Pese a todo lo que calla en su libro, Norberto Fuentes no parece querer demostrar lo contrario. Su propósito parece ser más bien mostrar, precisamente, el grado de bajeza moral y ética de la casta y de la corte que la rodea, incluyéndose a sí mismo.

(Señores de la guerra, Encuentro de la cultura cubana, No. 18, 2000)

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