Para la presentación de su tan esperada novela, Senel Paz decidió asombrar a la prensa española con la noticia de que los guajiritos de Cuba se singan a las chivas. Echó mano, travestido de Samuel Feijoó, a una mitología que no desmereciera frente a los amores entre Leda y el cisne o Pasífae y el toro blanco.
Piensen que los autores del exilio tienen la libertad de echarle con el rayo al ñangarismo en cualquier presentación, pero quienes viven en la Siempre Fiel y se asoman a Madrid o Barcelona sí que tienen que hilar fino. Pues en cualquier momento, apenas se entretengan, ya están hablando en contra del próximo permiso de salida. Se ha hecho recurrente entonces paliquear de cuestiones sexuales con el fin de saltarse las preguntas políticas.
Así, mientras le preguntan si Quiéntedije volverá a gobernar, el autor isleño confiesa que, allá en la adolescencia, no le quedó otro remedio que mamarle el bollo a su madrastra (en tanto el padre lo espiaba desde un escondite). Y, si lo interrogan acerca de las aptitudes de Compay Segundo para llevar las riendas del país, él afirma: “Muchos años después, enfrentado a las preguntas de un notario, me acordé de la tarde en que no tuve más remedio que mamarle el bollo a mi madrastra”.
Ejemplos no faltan. Pedro Juan Gutiérrez ha intentado convencernos de que su vida es una incesante templeta. No tiene a menos posar desnudo o enseñar un tatuaje que celebra la salida de uno de sus libros. Ha llegado, incluso, a tratar públicamente acerca del tamaño de su falo. Senel Paz, que no hallaría éxito en tal clase de maniobras, ha preferido pastorear chivas durante la salida de su novela En el cielo con diamantes (Bruguera, 2007) y habla, a página entera de El País, acerca de la obsesión sexual de los cubanos. Porque el calamar echa su tinta para que no lo agarren, y una receta equivalente consiste en explayarse sobre lo épico sexual, aquello que (refiriéndose a los gatos) Virgilio Piñera llamó “templetas homéricas”.
Cuatrocientas veinte y seis páginas tiene de largo el mandado de Senel Paz. Cuatrocientas veinte y seis páginas para que el protagonista de su novela pierda la virginidad. David se llama el tal protagonista, David igual que todos los protagonistas que el autor ha escrito. Porque la suya es siempre la misma historia de becaditos, de guajiritos que llegan a La Habana para despertar al sexo y a la cultura. David es el Harry Potter de Senel Paz.
La novela cuenta el asedio al pudor femenino de un joven cubano de los años sesenta (Pamela o la virtud recompensada, podría llevar como subtítulo), y gasta medio millar de páginas en convencernos de que, aunque David Pamela Potter no quiere acercársele a ninguna jevita, David Pamela Potter no es maricón.
(La Lengua suelta # 40. La Habana Elegante, segunda época)
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