Jorge Luis Arcos es uno de los impacientes que quiere ganar ventaja pescando en el río revuelto de los dineros que el gobierno de los Estados Unidos despilfarra a través de la National Endowment for Democracy en su intento por destruir a la Revolución cubana.
Luego de dar el triple salto fatal que lo llevó, desde su puesto habanero de director de la revista UNIÓN —publicación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba—, a colocarse en medio del consejo de redacción de la propia Encuentro —plataforma de la que se ha valido incluso para sus ataques contra su antiguo maestro Cintio Vitier—, no ha dejado pasar una oportunidad de mostrarse, de marcarse, de señalar hacia sí mismo, levantado su mano entusiasta en el coro de los que claman por las treinta monedas.
Arcos, que desde que estableció residencia en Madrid se ha aplicado concienzudamente al guión de una supuesta oposición desde una “izquierda democrática”, ha comenzado por el principio. Esto es, la exaltación de un ilusorio pasado republicano en la Cuba de antes de la revolución. En su artículo “Según imagen”, aparecido en Encuentro en la red, comienza por afirmar: “Hace ya tantos años que en Cuba no hay democracia (más de medio siglo)”.
Con esto establece Arcos que antes de la revolución esta islita era un paraíso democrático, y santifica las dictaduras de Fulgencio Batista y Gerardo Machado. Solos, esos dos períodos suman la friolera de quince años de represión sangrienta, casi un tercio del lapso pretendidamente “republicano”.
Del resto, deberemos aceptar que la instauración desde 1902 del fraude electoral como método fue un acto de democracia, que todo el dinero que desapareció del erario público durante aquellos gobiernos fue democráticamente robado, que el abandono en que mal moría la gente de a pie era un olvido democrático, y que Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias —por citar solo dos ejemplos— fueron democráticamente asesinados.
Y es con ese mismo espíritu “democrático” que Arcos arremete contra la Cuba que dejó atrás cuando hizo sus maletas. Así ha querido aumentar su crédito cortando porciones generosas del pastel que imaginó frente a sí tras la aparición en la televisión de la Isla de varios de los responsables de las arbitrarias políticas culturales del llamado “quinquenio gris”. Ni presto ni perezoso, él dictamino sobre la imposibilidad de algún debate entre los escritores e intelectuales cubanos al respecto: “En Cuba, lamentablemente, eso es impensable. Pero, además, ya se sabe la reticencia comprensible a expresar en alta voz las verdaderas opiniones sobre cualquier asunto”. ¿Por qué Jorge Luis Arcos pretende silenciar así a la intelectualidad cubana, taparle la boca, inventar que aquí nadie ha dicho nada?
(La Jiribilla, febrero 2007)
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