Resulta verdaderamente risible la presunción del autor de Sedición en la pasarela cuando habla de este su "libro académico más creativo" y se refiere sin sombra de ironía a "el sentido profundo de mi [su] escritura". Semejante megalomanía -la primera de las manías de Rufo Caballero a que aludo en el título de estas páginas- es aun más patética cuando, como en este caso, hace penoso contraste con la obra del ufano y crédulo autor. Obra sí vasta -la grafomanía es otra de las ostensibles manías de Caballero- pero no valiosa. Obra que en buena parte se fundamenta en la inconsistente teoría de la posmodernidad a la que he puesto los reparos puntuales que han encendido la cólera de Caballero. Pues si Sedición en la pasarela (cómo narra el cine posmoderno) es un libro francamente malo y disparatado, América clásica (un paisaje con otro sentido) es aún peor. Por momentos es casi, a pesar de las superficiales libertades del estilo, un ensayo no ya académico, sino escolar, repleto de citas para llenar páginas y de cosas cogidas por los pelos. No vale la pena ni hay espacio para detenerse en cada uno de esos libros que Caballero ha publicado en sus quince años como ensayista, pero uno de los últimos, El canto del quetzal, que no he podido terminar de leer sino saltando párrafos enteros, es algo que ya no tiene nombre. Con este libro Caballero viene a confirmar no sólo que es un pésimo escritor, sino que como crítico carece de vista (retiro ahora aquella concesión amable, que es, contra lo que afirma el presuntuoso Caballero, lo único insincero de mi reseña): las explicaciones magistrales que da sobre arte no pasan de ser ensaladas de lugares comunes especiadas de cursilería, los comentarios sobre las obras contempladas en los museos de México parecen sacadas de cualquier manualito escolar. La palabrería hueca que en otros libros estaba un poco más contenida aflora aquí con una cursilería que dejaría chiquito a Vargas Vila.
(Las tres manías de Rufo Caballero, La Isla en Peso, 2001)
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