Pues bien, señor, diferencias críticas acerca del mencionado ensayo movieron y mueven vuestra voz (primero ante mi persona, más tarde ante otras), para declarar (y cito textualmente) que mi juicio o enfoque de la Sra. Avellaneda “obedecía a mis veinte años y a fuerte sarampión literario por mí padecido…”
Así, me importa sobremanera analizar tan pintoresca declaración, que sólo por dicho análisis sabremos si la verdad va de vuestro lado o del mío.
De suerte, señor, que me adjudica usted dos calificativos sinónimos de tantas cosas peyorativas, entre otras, ligereza, improvisación, inexactitudes… Por mi parte no procederé a desvirtuarlos ni por declaración de edad y mucho menos por enumeración de obra literaria.
Sí las desvirtuaré apoyándome unicamente en el susodicho ensayo porque por elemental honradez debemos verificar la prueba del fuego con la prenda más querida y difícil.
En consecuencia os hago saber, que el ensayo acerca de la lírica de la Avellaneda ha sido realizado bajo el control del más riguroso método histórico y lo someto a la crítica más severa. Quye no existe en el mismo concepto alguno que no esté respaldado por correspondientes comprobaciones. Que la crítica literaria exigía en el caso particular de la poetisa una revisión de su lirismo y el establecimiento de sus verdaderos valores. Que mi ensayo salva ampliamente la exigencia de la crítica literaria e incorpora a las letras cubanas un juicio de valor respecto de dicho poeta. Que para un poeta, ser en vigilancia y rigor (recordad mi alusión a la divisa de Leonardo: Hostinato rigore) no sobra tiempo para lujosas erupciones o snobistas ascensiones a la cultura. Que en Cuba, afortunadamente, participa una joven generación en profunda vigilancia y que no ejerce ni la boutade de los veinte años ni el “literario sarampión” de los confundidores.
(Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978, Ediciones Unión 2011)
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