A pesar de sus "inocentes ojos rurales" (para decirlo con sus palabras), Reinaldo Arenas no era exactamente una buena persona. La hipocresía, el recelo, la difamación sistemática —disfrazada de broma literaria— y una espontánea deslealtad fueron algunos de los vicios en que solía incurrir. Creía que la sociedad lo condenaba a ser un paria y, en consecuencia, se comportaba como tal. Debió haber pensado que todo signo de respeto era un acto de sumisión y, por tanto, la irreverencia se convertía en un insobornable acto de libertad. Sus víctimas terminaban siendo los que tenía más cerca: sus amigos, a quienes, verbalmente y por escrito, bajo su firma o valiéndose de cartas anónimas, casi sin excepciones traicionó y vilipendió.
Habrá quien culpe a las carencias de su origen, al abandono del padre, a los prejuicios sociales, a la represión organizada por una dictadura, etc. Sin embargo, ninguna de estas condiciones tiene por qué convertirnos en resentidos y odiadores. Conozco a muchas personas que sufrieron en Cuba mucho más que Arenas, que cumplieron sanciones muchísimo más largas y que fueron sometidas a torturas más crueles; gente que perdió toda su juventud en la cárcel —mientras Arenas se dedicaba a fornicar infatigablemente— y a quienes, sin embargo, el odio no consiguió contaminarles el corazón. Hace mucho tiempo que creo que el sufrimiento es como un crisol que saca a relucir nuestro yo más auténtico, que a los buenos los hace mejores y a los malos, peores. El sufrimiento empeoró definitivamente el carácter de Arenas.
Por otra parte, aunque sería injusto negarle a Reinaldo Arenas una auténtica vocación de escritor (se sentaba a escribir todos los días) y una imaginación chispeante, y a veces desbocada, el resultado casi siempre parecía negar el empeño. Con excepción de El mundo alucinante, donde la fuerza creadora se acompaña de mayor contención y rigor, casi toda su obra es una aglomeración de los destellos y torpezas de alguien que quiso hacer de su estilo una especie de furia desaliñada; un marginal que optó, deliberadamente, por mantenerse en la marginación y que, movido por una oscura sed de venganza, agredió a amigos y enemigos por igual.
(Antes que anochezca, Cubaencuentro, febrero 2001)
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