No tengo reparos en pedirles disculpas a tantos compañeros que, habiendo sufrido en carne propia los abusos del pavonato —el más cruel de los cuales fue sin duda su muerte civil como profesionales, a veces por períodos prolongados— consideran que el término Quinquenio Gris no es sólo eufemístico sino incluso ofensivo, porque minimiza la dimensión de los agravios y por tanto atenúa la responsabilidad de los culpables. La mayoría de esos compañeros —no todos “parametrados”, por cierto, algunos simplemente “castigados” por sus desviaciones ideológicas, las que se corregían trabajando duro en la agricultura o en una fábrica— proponen la alternativa de Decenio Negro. Respeto su opinión, pero yo me refería a otra cosa: a la atmósfera cultural que he venido describiendo, en la que además se programó el entusiasmo revolucionario y lo que había sido búsqueda y pasión se convirtió en metas a cumplir. Si los indicadores cambian, es lógico que las fronteras cronológicas y las pigmentaciones cambien también. Si en lugar de definir el pavonato por su mediocridad lo defino por su malignidad, tendría que verlo como un fenómeno peligroso y grotesco, porque no hay nada más temible que un dogmático metido a redentor y nada más ridículo que un ignorante dictando cátedra. Hay hechos del período —incluso de finales del período— que pueden considerarse crímenes de lesa cultura y hasta de leso patriotismo, como lo fue el veto que en 1974 se le impuso a la publicación en Cuba de Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier, un ensayo martiano y fidelista que explica como pocos por qué la inmensa mayoría de los cubanos se enorgullecen de serlo. Como buenos guardianes de la doctrina, los censores advirtieron de inmediato que no era una visión marxista de la historia de Cuba. Así que apareció primero en México que aquí; de hecho, aquí demoró veinte años en publicarse, no sé si por inercias dogmáticas o por simple desidia editorial.
(Conferencia, Habana, enero 30, 2007)
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