El escritor Padura presenta un libro que recoge su trabajo periodístico. Me llega su cháchara. Habla Padura de su trabajo periodístico. En los años ochenta. Qué caradura es Padura, me digo, y dejo el bodrio.
Pero regreso. Regreso porque se ahogaron muchos marielitos, humillaron a muchos marielitos, insultaron, vejaron y arruinaron las vidas a muchos marielitos en esos años ochenta de los que habla Padura. Y no estaría bien, a pesar del asco que me produce su monserga de oveja amaestrada, guardar silencio.
Habla Padura, ¡con nostalgia!, de esa época siniestra para tantos que no lograron meterse en un bote y escapar. Dice Padura que en esos años hizo (junto a otros camajanes) un “periodismo distinto”. Habla Padura como si hubiera escrito en la prensa libre de un país democrático. Pero por mucho que trate es imposible ocultar que escribió (y escribe) en la prensa controlada de una dictadura burra y feroz.
Pobre lameculos, pienso, y voy a dejarlo, pero recuerdo que al comienzo de su cháchara Padura habla de “cajitas”. Vaya, cajitas. Yo recuerdo unas cajitas.
Voy a decirle a Padura las cajitas que yo recuerdo. Yo recuerdo las cajitas que lanzaban por encima de la cerca a los diez mil asilados en la Embajada Peruana. Se morían de hambre allí. Llegaron a comerse la hierba y las hojas de los árboles. Entonces, la policía, la misma policía que es dueña del periódico donde escribía Padura ese “periodismo distinto”, ese periodismo que jamás mencionó (salvo para insultarlos) a los asilados, a los pateados, a los asesinados, a los deportados, que nunca mencionó a los que se quedaron y fueron acosados durante años; esa policía, empezó a lanzar cajitas de comida por encima de la cerca.
Cien, doscientas cajitas, digamos, para diez mil personas. Y filmaban a los asilados cuando, naturalmente, peleaban por las cajitas que tiraba la policía por encima de la cerca. Y después ponían esas peleas en la televisión (que también pertenece a la dictadura) y en los periódicos donde todos los días llamaban ratas y exhortaban a las turbas a aniquilar a los infelices que querían largarse del paraíso aquel de los años ochenta. Esos años ochenta que Padura recuerda con “tanta nostalgia”.
(Blog Emanaciones, febrero 2012)
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