Te veo ante la máquina de escribir, la mente en blanco, expulsando como un seudópodo palabra tras palabra, y después, Gastón, el terror que te sobreviene al pensar (ya otra vez el que tú eres) que un día se hará un libro con tus artículos —un nuevo Violeta y ortigas o Desde mi Belvedere— y será ofrecido como obra definitiva de tus obras. Cuidado. Si tú mismo has escrito el Vejamen del Orador no olvides que nos debes —que te debes— el Vejamen del Escritor. Y tú más que ninguno de nosotros debes huir de lo fácil.
(Carta a Gastón Baquero, 1943)
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