Jesús Díaz murió —o hay quien dice que lo mataron—, pero lo cierto es que antes de irse de este mundo se las ingenió para continuar lo que en La Habana era ya práctica conocida, la de vetar y eliminar a los que no eran de su bando. En Cuba, siempre estuve en su lista negra, aunque nos conocíamos desde principios de los sesenta. Y a su llegada al exilio, cuando se me invitó a un Congreso en Suecia, decliné asistir porque no estaba dispuesta a participar en nada donde estuviera él. Pero Heberto Padilla, que sí fue, le dijo a Jesús las razones que tuve para no hacer acto de presencia. Luego, cuando visitó Miami, me envió un mensaje pidiéndome perdón. Sin embargo, en el invierno del 2000, a raíz de la muerte de Heberto, la revista Encuentro le dedicó un número “homenaje”, sin que por supuesto se me hubiera solicitado colaboración alguna. En cambio, sí aparecieron siniestros personajillos que ni fueron grandes amigos de Heberto, ni lo estimaban en lo personal. Y para mi sorpresa, apareció allì una supuesta entrevista a Heberto, donde ponían en boca suya insultos a mi persona, y se daban datos y fechas equivocadas, que subrayaban aún más la falsedad de la entrevista. Ni ése era Heberto, ni por supuesto, era él capaz de hablar en esos términos de mi persona y de nuestras relaciones. Para colmo de estulticia, aparecía allí el artículo de una loca desenfrenada, acusándome de haber yo robado el patrimonio (libros, papelería y archivo) de Heberto Padilla, y que eran también parte de toda una vida en común. Una revista que se respete y respete las leyes sería incapaz de publicar algo así. Aquello parecía no un homenaje a Heberto, sino un trabajo de descrédito (contra él y contra mí) organizado desde Cuba por la Seguridad del Estado.
(¿Censura en Encuentro?, Blog Belkis Cuza Malé, 2007)
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