Esa novela es inmune a las bromas, los pujos de su autor, que tienden a reducirla al humorismo y a la trivialidad. La obra sobrevive también el impulso central de la estética de Cabrera Infante, que en sus producciones menores y refritos tiene un efecto devastador: el melodrama social y su expresión como mueca lingüística, como juego de palabras. El discurso de Cabrera Infante emerge de un profundo resentimiento de clase que se manifiesta en un anti-intelectualismo virulento —es el querer épater denigrando la literatura en favor del cine, y deformando los nombres de escritores y filósofos hasta el cansancio—. Es una retórica de desplantes, despropósitos, descaros, desparpajos, dislates, desatinos, desafueros, disparates y desacatos; del querer anotarse puntos en cada salida, como los personajes de Tres tristes tigres. Todos los tigres son, como su creador, unos arribistas, llegados del campo, del interior, de clases necesitadas, de raza mixta, que logran en La Habana integrarse a una especie de tierra de nadie social en el ambiente de la farándula.
(Oye mi son: el canon cubano, Encuentro de la cultura cubana, No. 33, 2004)
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