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Friday, March 30, 2018

Javier L. Mora vs. la literatura cubana actual

A todo ese conjunto que termina haciendo malos poemas lo agrupo bajo el concepto de “poesía rosa” o “bobería light”. Y no creo que sea solo culpa del sistema editorial cubano: ya los libros llegan siendo malos allí. El problema es más bien de concepción, de definiciones: hay que abolir la idea romántica de que la poesía debe escribirse con frases y palabras “bellas”, de que un buen poema es aquel que ha pasado su tiempo en peluquería. Hay que sacar al poema del salón de belleza y del ambiente bucólico-pastoril en que se encuentra hoy. Hay que quitarle el bisoñé y obligarlo a que muestre la calvicie, la alopecia, para que explique qué puede ser también la mierda de la vida. En una palabra: hay que quitarle al “bardo” el jabón de las manos, sacarlo del tocador y —de prisa, con extrema urgencia— llevarlo a empujones al retrete a que ensucie un poco su pulcritud.
   No todos son malos poetas. Todavía quedan autores de valía, arriesgados, insolentes con el lenguaje y las ficciones del texto. Pero esos, los buenos, no son muchos. Ni siquiera mayoría. No sé… O no queda nada grande, importante que decir, o lo poetas cubanos, como descubrió con tristeza Padilla, ya no sueñan.
(…)
   ¿Apacible? ¡Ni hablar! El campo literario cubano no es una novela de Shólojov. Al contrario, hay de todo: rapiña, trampas, envidias sanas y con cianuro, y todo el mundo tratando de repartir entre sus colegas de equipo el botín. Una especie de Colombia Literaria con su ejército de liberación, sus fuerzas armadas, y un sinnúmero de bandas paramilitares que podríamos llamar “autodefensas”. Abundan los intereses de grupo y los generacionales (pueden darse yuxtapuestos en un mismo colectivo). Ejemplo de lo primero: un grupo aprovecha la presencia de uno de sus integrantes en el jurado de un concurso que virtualmente pondría a su ganador como jurado de la siguiente edición, y ahí van a colarse cada uno de los del piquete como ganadores. Ejemplo de lo segundo: están los mayores que dicen “Eso no es poesía (narrativa, etc.)”, “Eso que dices (haces, escribes) no es correcto”, y los mozalbetes que contestan “¿Ah no? ¡Pues, allá vamos!”, y entonces vienen los artículos, prólogos, revistas, colecciones G, H, I que parecen editoriales independientes, antologías… El santo y la hostia, y las subsiguientes incomodidades de los padres. Y esto ocurre al mismo tiempo que el padrinazgo de ciertos viejos sobre otros jóvenes. (Lo común para un país con tan poca superficie y un alto índice demográfico de escritores, donde todos, irremediablemente, se conocen.)
   Hasta aquí bien. Una fiesta predecible. Pero la cuestión es mucho más profunda. En efecto: los escritores cubanos no tenemos ética. Ninguna. Como tampoco honestidad, valentía, arrojo. Se peca de sensacionalismo, de hipocresía, de comedimiento: nadie arriesga publicando un trabajo en el que explique por qué este o aquel, ese grupo o este otro son buenos o malos escritores, y prefieren vivirlo en el comentario de apartamento y pasillo. No existe el debate (escrito, quiero decir) sobre las diferencias generacionales entre unos y otros, y de las que tanto se habla en bares, tertulias, librerías… Se publica un artículo o una nota en una revista o sitio digital, pero nadie pone mayúsculas, señala nombres, títulos… Ni siquiera en paneles y mesas teóricas: te vas a un panel sobre “Problemas de la literatura cubana actual”, y Padura habla de sus viajes, entrevistas, y compromisos de viajes y entrevistas (!?), y del público —el eminente público lleno de nuestras figuras “notables”— responden con horarios de lavandería, cocina y demás tareas del hogar, y se piden (ojo: con urgencia) biografías para músicos. O sea: nadie pone las tildes en su sitio.
   Conozco la opinión de algunos que dicen —y esto me resulta en extremo divertido— que la Institución ha aupado a este o a aquel fulano y le está haciendo daño, pero no publican un trabajo explicando cómo destruye la intervención “premeditada” de la Institución en estos asuntos.
   En resumen, un diálogo de sordos.
   Eso sí: mucho chisme y pocas ideas teóricas.

(Contra un referente en ruinas, entrevista por Oscar Cruz. Hypermedia Magazine, julio 2016)

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