Siempre en el trayecto hacia la
liberación individual habrá un agente exterior y varios cadáveres en algún
closet. Un intelectual orgánico del castrismo lo primero que se labra es un
currículo al gusto de algún campus norteamericano. He aquí que aquella
comisaria ideológica, viajera y también visitante predilecta de algunos campus
podría llamarse Nancy Morejón.
Hay quien quiere hacer ver que no
está bien referirse a estos seres cautivos. Porque de su cautiverio es
responsable el tirano y hacia este deberían ir los tiros. Pero así como del
tirano está bien decir todo y más, tendrá que llegar ese momento de recordar a
los miembros que fueron de su tan ilustrada corte.
Ernesto Pérez Chang ha contado el
rol de Nancy Morejón en aquel affaire del número 69 de la revista Unión, que
ella dirigía. Después de haber publicado los sonetos del Aretino, la revista
fue acusada de "pornográfica" y la insigne poeta desvió las
responsabilidades hacia el editor Pérez Chang, quien fue cesado.
Hace poco supimos, así, sin querer
queriendo, que Nancy Morejón estaba haciendo un visiting, otro más, en la
Universidad de Missouri. Recordé que alguna vez Nancy Morejón quiso hacerme ver
que las palabras tenían su peso, y que había nombres impronunciables y que los
esbirros no se van al paro.
Eso es lo que tengo yo que ver con
este personaje que representa todo lo siniestro del campo cultural de aquel que
fuera mi país. Lo de menos es una historia personal y mejor hace uno
olvidándose de todo eso. Pero no. Qué somos si no historias personales, de qué
estamos hechos.
Después de una lectura pública en
Matanzas, Nancy Morejón vino a mí a preguntarme mi nombre y supe que nada bueno
sobrevendría. Yo había leído un poema donde mencionaba a José Mario Rodríguez y
Raúl Rivero, muerto uno, exiliado el otro. Ella vino a mí como quien sale a
respirar después de un momento de apuro. Vestía unos trapos que alguna vez
fueron blancos, y aseada es una palabra que no viene a la memoria de aquel
momento.
A los pocos días fui citado a la
oficina de mi jefa por aquel entonces. El presidente del Instituto Cubano del
Libro, aquel Iroel Sánchez de tan triste recordación, se había enterado del
asunto y había sugerido que se tomaran medidas.
Supongo que habría sido fácil
averiguar mi nombre de otra manera. Pero Nancy Morejón quería hacérmelo saber.
Los combatientes, los aguerridos de verdad, se saben impunes. Quién no tiene
una historia similar en aquel que fue mi país.
Pensé que Nancy Morejón, llegado un
momento de su biografía, había sido convertida en figura no solo por el esquema
propagandístico de la cultura oficial en la Isla, sino también por las
universidades de Estados Unidos y Europa. Pero esto ya pasa como algo normal.
Pensé que ese privilegio estaba
reservado para unos pocos. Que hay allá afuera un centenar de voces más
inteligentes, con mejores lecturas y asuntos más interesantes que abordar, pero
que sobre todo no han sido domesticados por (ni le sirven a) un régimen
represivo y creen en la democracia sin tanta hipocresía, y sin embargo no
pueden acceder a un campus, a los dineros de una universidad.
Es nietzscheanamente irritante. Una
pasada a Google con su nombre y el de la Universidad de Missouri trae memorias
de varios eventos en los que ha participado en los últimos años. Hay un
documental sobre su vida y obra. Se lee que Nancy Morejón es "the most
widely translated Latin American Poet" (cosa que ya ni siquiera es de
dudar, en ocasiones a la literatura se le distrae con estadísticas) y un caso
único de "mujer caribeña afrohispana". Esto último no quedará nunca
bien explicado.
Lo que no dicen es a quién sirve, a
quiénes ha servido. Tampoco dice que jamás levantará su voz por ninguna mujer,
ningún negro, ningún caribeño o caribeña que decida no servir a quien ella
sirve.
Nancy Morejón ahora también preside
la Academia Cubana de la Lengua, que nunca sugerirá a Madrid la inclusión de
palabras como "chivatona" y "comuñángara". A fin de cuentas
los poetas suelen desempeñar los más diversos oficios, aunque con facilidad
olvidan la dignidad de envejecer en silencio.
Los Castro se van a morir un día, y
aquel que fue mi país se reconvertirá en algo que hoy es imposible definir. En
algo no necesariamente bueno tal vez, pero supongo que infinitamente mejor que todo lo que entre
comandantes y generales le procuraron a ese pobre pedazo de tierra en casi 60
años. Nancy Morejón, como Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet y algunos
más, o sus fantasmas, pasarán de puntillas sobre tanto estropicio hacia algún
lugar de ese mundo libre donde pagan bien, pero acaso todavía esgrimiendo su
derecho a la confrontación, a ser a la vez explotados y perfectos hipócritas.
(El derecho de ser explotados. Diario de Cuba, mayo 2016)
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