Cabrerita habla de que él era en
Cuba "un periodista tal vez con demasiado éxito." Se han muerto todos
los testigos. Escribía en Carteles, una revista de circulación muy pobre, una
gacetilla de cine, firmada por un tal Caín. Abeles eran los pocos lectores que
tenía. Luego cayó en Revolución con su carnal Carlos Franqui. Y aquí viene lo
mejor. Cabrera no tiene mala fama por sus pocos libros, que no tienen
importancia, sino por los horrores que hicieron Franqui y él en Revolución.
Desde convertir los fusilamientos de los primeros tiempos en un espectáculo,
con palco y todo, para regocijo de los miembros de su pandilla hasta perseguir
a todos los intelectuales y periodistas que ellos creían que les hacían sombra.
Jorge Mañach tuvo que irse de Cuba, disgustado, y murió en Puerto Rico en 1961.
La pareja de pillos lo obligó a irse de Cuba. A Paco Ichaso lograron meterlo en
la cárcel, sin motivo ninguno, y lo sacaron en la portada de Revolución con una
P enorme en la espalda. Ichaso murió en México en 1962. Miguel Ángel Quevedo tuvo
que exiliarse, perseguido por Cabrera, Franqui y Delanoza. Cabrera, después,
con un cinismo increíble, se alababa en un mamotreto titulado Mea-Cuba de haber
creado en Cuba una verdadera Inquisición para limpiar el país de la escoria
literaria y periodística.
Al final, después de casi diez años
de fechorías, los dos sujetos, Cabrera y Franqui, salieron huyendo. Este último
con una fortuna en cuadros y joyas.
Cabrera Infante ha sido hábil. Para
cubrir ese pasado de infamia y hacer que se olviden de la cantidad de gentes
que empujaron al paredón, Cabrera se ha inventado una fama siniestra de
perseguido por el gobierno de Castro. No hay tal. Nadie lo persigue. Castro ha
sido demasiado benévolo con los que desprestigiaron la revolución en los
primeros tiempos. Y, en definitiva, ni siquiera sabe quién es el pícaro
Cabrera. El hombre recorre el mundo buscando periodistas ingenuos que lo
entrevisten. Y que le pregunten cositas literarias cuando, lo cierto es que
deberían interrogarlos sobre los crímenes que cometieron aprovechando el
desorden inicial de la revolución.
Lo más gracioso en esta entrevista
es la historia que hace Cabrera sobre las gentes que hacen cola en La Habana
para alquilar subrepticiamente sus libros y poder leerlos en secreto.
"Para poder leer mis libros durante unas horas pagan hasta diez latas de
leche condensada," explica. ¿Hasta dónde llega la vanidad de este pobre
hombre? En la misma edición de El Mundo aparece un artículo del canario J.J.
Armas Marcelo, que contiene elogios extraordinarios sobre este personaje de la
picaresca cubana que se llama Cabrera. Increíble.
(Cabrera Infante y sus 10 latas de leche condensada. Publicado en la
red, abril 2001)
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