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Friday, February 12, 2016

Reinaldo Arenas vs. Carilda Oliver Labra

Desde hacía muchos años, Karilda Olivar Lúbrico, seguida por sus gatas y por la Vieja Condesa de Valero, se dedicaba a recorrer todos los parques de la provincia de Matanzas, sacudiendo sus matas de coco en espera de que cayera un negro para que se la templara a ella y a toda su comitiva, incluyendo, desde luego, a las gatas. Cuando algún negro, aterrado ante aquella visión, se aferraba a las pencas que se bamboleaban, las dulces gatas de Karilda se trepaban a la mata de coco y entre arañazos, maullidos y dentelladas hacían descender a aquel pobre hombre, que era prácticamente devorado por sus perseguidoras.
   Desde luego que esta huida de todos los negros matanceros hacia las matas de coco se produjo como consecuencia de las insinuaciones y exigencias cada día más apremiantes de las que eran víctima por parte de Karilda y de la Vieja Duquesa. Pero ni en los más altos penachos de aquellas plantas podían encontrar un lugar seguro; por mucho que se escondiesen, la Vieja Duquesa de Valero los detectaba con sus gemelos y a los negros no les quedaba más remedio que caer despatarrados del árbol y ensartar a aquellos seres que no les perdían pie ni salto.
   Claro que este escándalo se hizo notorio. Por todo Matanzas no se veían más que matas de coco (sacudidas por Karilda y la Vieja Duquesa) despidiendo cocos y negros, que al momento tenían que volverse lúbricos. La noticia llegó finalmente al joven esposo de Karilda, hombre que, por estar completamente loco, amaba con locura a la poetisa senil y uterina y practicaba además la esgrima y el canto operático, portando siempre un inmenso sable del siglo XVII a un costado de su extraña indumentaria. El gran esgrimista y cantante corrió con su sable hacia el Parque Central de Matanzas. Allí vio a su esposa y a la Vieja Duquesa sacudiendo una mata de coco es espera de que cayera un negro celestial. El ofendido esposo, lanzando un alarido de guerra más típico de un samurai que de un barítono, se abalanzó sable en alto hacia el cocal. Todos los negros volvieron a refugiarse en las matas de coco. Pero a Karilda y a la Vieja Duquesa de Valero no les quedó más remedio que darse a la estampida acompañadas por las fieles gatas. Así, perseguidas por aquel hombre enfurecido y sanguinario, Karilda, la Vieja Duquesa y las gatas atravesaron todo Matanzas, cruzaron el litoral habanero y pasaron ante la comitiva de los despechados. Antes de llegar a la gran puerta fifal, Karilda comenzó a dar unos gritos tan descomunales que atravesando los inmensos salones del palacio llegaron a los oídos de Fifo. Karilda era además una de las invitadas oficiales.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

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