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Monday, February 15, 2016

Carlos M. Alvarez vs. Barnet, Pedro Juan Gutiérrez, y de paso nos vende a Oscar Cruz, poeta manchado de durofrío

Oscar Cruz es, cómo decirlo, el guapo de la poesía cubana. Cualquiera que lea La Maestranza, su último poemario, lo puede comprobar. Con esto no quiero decir que haya habido guapos anteriores y que OC sea el más guapo entre los guapos, es decir, que viene a coronar una tradición, sino que nunca ha habido ninguno y que lo que OC ha hecho es justamente ensanchar las fronteras: permitir que la poesía cubana entre finalmente a un salón que la inmensa mayoría de nuestros poetas ha ninguneado, y que, por otra parte, los pocos que lo han querido abrir, se han topado con que esa puerta no cede por fuera.
   Porque Oscar Cruz está dentro, por supuesto, y esa es la diferencia. Quizás habría que escarbar un poco –Martí, por ejemplo, me parece que tiene lo suyo, o Manzano el esclavo, y su soneto Treinta años– pero no recuerdo ningún caso supremo dentro de la tradición literaria cubana de poeta enojado, de poeta rabioso, pero no rabioso cualquiera, que los hay, sino rabioso fajarín, con la camisa rota, manchada de durofrío, los puños en alto, el labio inferior partido y sangrando.
   Está la barata bravuconería ideológica de muchos conversacionalistas, que le plantaban cara al imperialismo no como si el imperialismo arrasara pueblos, sino como si les hubiera levantado la mujer, o está Barnet, que dice que todos nos vayamos a la mierda, que él está ocupado empujando un país (¿qué pasa?, ¿no arranca el motor?, ¿hay alguien al timón?, ¿o Barnet está empujando un carro que nadie maneja?). Pero nada de esto, como se sabe, es poesía.
   Están esos poemas breves de Pedro Juan Gutiérrez, que pululan por la red, que cualquiera ha leído, y que no los traigo a cuento precisamente por su calidad, sino porque nos ayudan a nombrar por aproximación, ya que todos tenemos una idea más o menos hecha de quién es o qué hace Pedro Juan. Demostrado. Es el típico farfullero. Que no tira un piñazo, que no le da una puñalada a nadie. Que mira desde la ventana de su casa en Centro Habana lo que ocurre en Galeano o en Virtudes y luego va a Miramar o a 17 y H y lo cuenta como si él hubiera sido el protagonista, y los modositos, asustados, se lo creen.

(Un duro de matar. OnCuba magazine, febrero 2015)

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