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Thursday, October 10, 2013

Emilio Ichikawa vs. “El hombre discursivo” de Antón Arrufat

Respecto a El hombre discursivo no hacen falta disculpas: basta leer la meditación inicial sobre la dualidad filosófica, la selección histórica de “pares” y el concepto de maniqueísmo que se propone para comprender que estamos en presencia de un lector ocasional de cuestiones de filosofía. La “posteridad” no es tan caprichosa como sospecha Arrufat y, si le viene (le será conferida sin dudas en algún ámbito), no lo hará envuelta en sedas filosóficas.
   El libro es una recopilación de notas y comunicaciones presentadas en diferentes eventos, la mayoría de ellas publicadas en México y Cuba, donde el autor deja constancia de su comprensión misionera del acto de escribir. Reducción intelectual que por alguna razón le enorgullece y de paso le libera de una inquietud cardinal: ¿qué puede contar un escritor cuya vida está centrada en escribir? Acaso escribir del escribir, hacer libros sobre otros libros. Pero esa hazaña, como decía Marguerite Yourcenar, no conduce a páginas decisivas.
   (…)
   Sin embargo, en El hombre discursivo lo confesional existe sólo como retórica, como marketing espiritual; al final casi nada nos dice Arrufat de sí mismo (en todo caso, no dice nada que nos conmueva y mucho menos que nos escandalice), no se arriesga y supongo que tiene sus justificaciones para ello. De política está eximido (el arte no es política, ¿o sí?); en cuanto al sexo, la religión y otras preferencias, dirá que se trata de su vida privada.
Hay más nobleza que sinceridad en El hombre discursivo, pero no es un libro falso, es un libro sinuoso. Se trata, como decía, de un libro sobre otros libros, de un escritor que escribe sobre otros escritores sin ser capaz de dejar una constancia personal que lo emancipe de los mismos dobleces que critica en la historia cubana.
   Entre sus temas ocultos, uno se agazapa tan reiteradamente que acaba por llamar la atención. Es verdaderamente sospechosa la insistencia de Arrufat en hacer explícito el lugar desde el que escribe, en certificar su “achantamiento” exiliar; se descubre demasiada afectación, a niveles de pose, por esa “permanencia en la isla”, en La Habana, en ese balconcito desde el que puede divisar las dos culturas y media de la habanidad.
   (…)
   No sé cómo se gestó esta recopilación de evasivas que es El hombre discursivo. En lo personal una pregunta me desvela: ¿qué puede llevar a un hombre tan simpático, tan temible en el uso de la ironía y casi un maestro en el empleo del sarcasmo, a publicar un manojo de trivialidades como estas que ahora posan, arrogantes y molestas, sobre los verdaderos tesoros de su memoria?

(Antón Arrufat y el hombre discursivo. Blog Penúltimos Días, enero 2007)

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