En este contexto, La ninfa inconstante es una obra menor, precisamente por las debilidades de que se acusa el narrador: la pirotecnia verbal, que casi siempre se queda en fuegos de artificio, y el patético dejar caer nombres, que revela una cultura hecha de lugares comunes donde no se ha asumido lo sustancial de los autores citados, que no son más que autoridades barajadas para impresionar al ignorante, pero que a mí me suenan a los desplantes de un autodidacta con una cultura prendida con alfileres (de ser esto un autorretrato crítico, es excesivamente severo). Todo ese andamiaje lingüístico, que es la firma de Cabrera Infante, llega a aburrir, aunque no a abrumar, como en otras obras suyas.
Pero La ninfa inconstante tiene dos virtudes ausentes de la obra anterior del autor: un argumento coherente y cierto lirismo. Los libros de Cabrera Infante estaban compuestos de fragmentos ensamblados como una especie de collage. Algunos eran simplemente recopilaciones de textos diversos, como Exorcismos de esti(l)o, mientras que otros, como Ella cantaba boleros, eran trozos refritos de libros anteriores. Tres tristes tigres, libro al que, en mi opinión, le sobran como cien páginas, consistía en secciones de distintos relatos que se reflejan unos a otros, y a veces se cruzan siguiendo el procedimiento fílmico del montaje. La Habana para un infante difunto carece de forma o argumento, la única posible unidad es la que le da la educación del protagonista.
(Constancias e inconstancias de la ninfa, Encuentro de la cultura cubana, Nos. 51/52, 2009)
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