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Thursday, December 12, 2013

Cintio Vitier vs. “Poesía y Prosa”, de Virgilio Piñera

Sería totalmente ocioso ejercer frente a este libro el oficio, siempre triste, del cazador de influencias. Las influencias aquí son tan visibles, y en cierto modo ingenuo tan agresivas, que no parece sensato atribuir al autor el ánimo de ocultarlas. Antes bien, lo decisivo para nosotros es el hecho de que, exista o no esa pretensión, nos luce cada vez más impresionantemente influido por su propia voz. Claro que se trata de una voz que ha de salir, para que alguien la escuche por lo menos como señal confusa, de lo vano y cóncavo de una máscara, de un resonador, no de un pecho desahogado y libre; pero esa oquedad y falsía responde sobre todo a la condición y exigencia de lo que debe testificar, que no es un paisaje, ni una soledad, ni siquiera un abismo, sino, rigurosamente, un vacío. Llamamos aquí vacío al reverso humano de la nada, pues en ésta palpita siempre una significación divina, ya sea la nada como pecado (no ser del mal) o la nada como anegamiento del místico en su arrebato de plenitud, o incluso la nada mágica de la extrañeza y angustia del mundo, en que a veces residimos y que no podemos saber a qué alude. Pero sin duda -lo sabemos por su íntima forma interrogante-, alude. Lo propio del vacío, sin embargo, es no aludir a nada, ni, en última instancia, a la nada misma, pero entendida aquí no como Pecado, ni como Inefable, ni como Ser Que No Es, sino en cuanto rigurosa categorización del vacío de un mundo en que las cosas y las criaturas están y nada más sobre una superficie siniestra de trivialidad, armando el espantoso y vacuo disparate que lo absorbe todo. "Un mundo", en fin, "como hecho sin calificativos", viene a decirnos Piñera, quien demuestra siempre una conciencia implacable de su asunto. Por eso, en el momento de la invocación, cuando pudiéramos esperar para nuestra asfixia la apertura del llanto, se cierra así calladamente el anillo: "tenga piedad de nosotros la nada."
   Ahora bien, ese mundo como un ojo vaciado, en que se borra el pecado y no se insinúa la melancolía, en que sólo es posible invocar a la todopoderosa nada inmanente, no es por lo mismo ni siquiera un mundo de desesperación o caótico. Frente a los poemas que tan ceñidamente lo reflejan, hemos creído sorprender el secreto de aquel alarido cerebral y graduado con la sangre impávida, que es la característica constante, desde Las furias, en la escritura sucesiva de Piñera. No hay aquí absolutamente, para nosotros, desesperación ni caos. Por el contrario, lo que hay es un mundo al que, dicho sea con valentía y tosquedad, se ha sustraído el verbo. Esto implica la imposibilidad tanto de la esperanza como de la desesperanza, de la creación como del caos; y la profunda frecuencia de lo cursi. Porque, en efecto, "cursi es todo sentimiento no compartido", según la frase genial que hallamos en una página de Gómez de la Serna, y allí donde la gracia del Verbo abandona a la palabra humana, ésta sólo puede reiterar el propio vacío, que no es una tiniebla ni un dolor, sino una incomunicabilidad radical en cuyo seno persistirán los perfiles formales del universo, pero desustanciados, grotescos, reducidos a un simulacro sin locura ni contorno. La criatura destinada a expresar ese alucinante infierno cuya esencia consiste en ser todo superficie, tendrá que aparecernos disfrazada de tantas desesperaciones ajenas como le sea imperioso utilizar. Pero aunque no lo sepa o no lo quiera estará sirviendo de catarsis a la realidad, estará expulsando por su voz ese veneno del vacío que amenaza el corazón de nuestra vida.

(Tomado de Crítica 2. La Habana 2001)

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