Bajo esta norma de narcisismo reflejo en la escritura aparece La Habana en La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte. Rasgo tal no es en absoluto nuevo en este libro, sino que constituye un tópico ad hoc de narradores que han hecho de las circunstancias de sitio de la isla de Cuba su fórmula arquetípica. El sinflictivismo —la ausencia de conflicto humano interior, desde el ser humano mismo y para el individuo— que produjo la entusiasta corriente que abrazó el realismo socialista, se retraduce en esta tendencia bajo la variante de una dirección político-ideológica de oposición y absoluta culpa del sistema. Es tema que, al estar erizado de las púas extremistas ideológicas, ha quedado sin acercamientos inteligentes y profundos. La escritura de esta obra específica se presenta para hacerse ver como salvada por sí misma, relente de imágenes captadas por un lente neutral. Y en ese empeño, la perspectiva de neutro meridiano sufre un efecto de giro, al pie de cada circunstancia, mientras el lente focaliza a toda costa las marcas traumáticas que la Revolución Cubana ha dejado en la Historia profunda. El testigo, en tanto parte de una parte del juego, define su objetivo antes de asumir el discurso literario. No descubre al andar de la escritura y arrastrando cultura, sino que elige los marcos en exploración y cumple, fiel, las consecuencias ideológicas a las que fuga lo descrito una y otra vez.
(La fiesta vigilada: arqueología de la máscara. La Jiribilla, septiembre 2007)
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