En uno de esos textos escritos desde Cuba, Reina María Rodríguez, “la chica de la azotea”, dice que Heberto Padilla pidió volver a Cuba varias veces y siempre le fue negado el permiso. Si eso hubiera sido verdad se estaría hablando de algo que no critico, pues los cubanos exiliados han estado viajando a Cuba desde 1978, pero no fue así en el caso de Heberto, quien nunca pidió tal permiso. De sobra sabía lo que aquello significaría para él: un juego político que no le interesaba. Al contrario, Reina María Rodríguez fue la emisaria que intentó “seducir” a Heberto con la idea de que debería visitar Cuba. A partir de aquel congreso en Suecia no se cansó de jugar el juego que a todas luces le había asignado la Seguridad del Estado. Fue ella la que hizo gestiones, alentada por la Cantante, un siniestro personaje que merodeaba entonces a Heberto. De sobra sé que todos y cada uno de esos escritores oficiales mantienen estrecho contacto con los agentes de la Seguridad. Y no estoy hablando por boca de ganso. En la propia sede de la UNEAC, mientras trabajaba allí en la redacción de La Gaceta de Cuba, en 1975, yo y todos los demás fuimos conminados a asistir a un homenaje a los oficiales que “atendían” a los escritores y artistas. Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que todos los presentes saludaban con abrazos y guiños a “su pareja''.
Reina María Rodríguez ha ganado dos veces el Premio Casa de las Américas, ha publicado toda su obra en Cuba, ha viajado sin parar, incluso a Estados Unidos, y su azotea es más popular que la conocida casa de Marina en La Habana de los cincuenta. Heberto Padilla está muerto y no puede desmentir a Reina María Rodríguez, pero yo no me voy a quedar callada ahora, cuando veo cómo pretenden seguir ensuciando su memoria. Porque ir a Cuba en las circunstancias que ''la chica de la azotea'' buscaba era una entrega al régimen que lo humilló y encarceló. No fue la primera vez que Heberto recibió emisarios desde Cuba intentando el chantaje emocional. Que cada uno diga lo que quiera acerca de Luis Pavor y sus compinches. Buen modo de conocer por dónde van los truenos y quién es quién allá, aquí y acullá, en ese “exilio de terciopelo”.
(Guayabitos en la azotea, Linden Lane Magazine, 2007)
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