Así enunciada, la posición de Valle parece noble y encomiable: sustraer la literatura de la servidumbre ideológica a que la ha sometido el castrismo y defender su derecho a expresarse sin subordinación es tarea que merece no sólo simpatía, sino también respaldo. Es el sitio que algunos escritores cubanos quisieron defender alguna vez y terminaron presos, exiliados o definitivamente marginados, en aquellos “tiempos difíciles” cuando el Estado totalitario solía castigar severamente cualquier postura que no fuese la adhesión absoluta. Ahora, cuando ese Estado es un régimen en descomposición, la existencia de un quehacer literario independiente, o que aspire a la independencia, digna es de celebrarse.
Sin embargo, si esa independencia se traduce en una ciega imparcialidad, fingida o real, frente a las posiciones ideológicas o políticas más distantes, igualando con el mismo rasero de respeto a los que apoyan a un régimen brutal y a los que lo denuncian; a la ideología que justifica a una dictadura sangrienta y a la ideología opuesta que la condena; a los sicarios de ese régimen y a sus víctimas; entonces mis simpatías se quedan sin justificación. Cuando Valle dice en su carta respuesta a Belkis Cuza: “Respeto a muchos colegas que defienden un comunismo absoluto en el que nunca he creído… Respeto, asimismo, a quienes creen firmemente en que la única solución de nuestro país es una apertura… sin ningún tipo de huella de comunismo en nuestra sociedad” lo único que está diciendo es: o bien que no sabe lo que significa el término “respeto” o que, a partir de una profunda aunque enmascarada arrogancia, no respeta realmente a nadie. Estamos frente a un pernicioso relativismo que hace de quien lo profesa o lo practica, en el mejor de los casos, un amoral o, en el peor, un cómplice.
(Comprensión o complicidad. Encuentro en la red, marzo 2001)
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