Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina aproximadamente a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el desencanto por la independencia perdida, el asombro por la aparición del amo estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida, el pasmo por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos desencantos como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de encanto y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del Valle.
Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y setenta (Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no parecen desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas por el encanto”.
No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena parte de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la Revolución” (ya está que acepta hasta la “Novela de la Contrarrevolución” con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la “Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con arrepentimiento, la relojería larga de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda estar desencantado en su escritura sin haber producido antes algún ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse desencantado del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos creer que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto recomienda a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo, el bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y Chucherías se enorgullece de contar con tales artículos.)
Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco antes y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es que la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas cuantitativamente, no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La escasa obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo libro y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente las cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de otros de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus autores para rectificarlas desde los presupuestos.
Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de su selección a toda una generación de escritores, sino que los regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que también considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se asome a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello.
A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el Niño defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-, encontramos esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el destino de la Revolución misma no parecen preocuparles”.
Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby está aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó la diversión / Llegó el prusianismo y mandó a parar”. No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta reciente antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban Borrero Echevarría, el primero de los antologados, había visto “la cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la revolución triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni encantados ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y Fornet el Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y vámonos”.
En un ensayo aparecido en el último número de La Gaceta de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no saber leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal toda narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de Enrique Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?) y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los múltiples asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga más sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto más crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de Cintio Vitier hayan salido músicos.
(La lengua suelta # 6, La Habana Elegante, segunda época)
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