La identificación entre ese “yo” que escribe y “ellos” los que capturan y fusilan bandidos se ha consumado simbólicamente. No por gusto incluye Fuentes en Nos impusieron la violencia —otra compilación publicada en los años ochenta— una foto suya en que aparece portando una ametralladora, con un pie que reza: “El enviado de Mella a las operaciones, Norberto Fuentes, posa en abril de 1963 junto a un Gaz-69 en un camino próximo al río Jatibonico. Soslaya el postulado de la Convención de Ginebra que prohíbe el uso de armas a los corresponsales de guerra.” Al margen del ridículo vedettismo de Fuentes, hay aquí algo de verdad profundo: no se trata sólo de un escritor que, fascinado por la rudeza del combate, quiere ser uno más de aquellos soldados a quienes tanto admira, sino del hecho mismo de que la Revolución ha eliminado la posición neutral propia del corresponsal: ahora todos son soldados, combatientes en los numerosos frentes de guerra que se libra contra los enemigos externos e internos. En las crónicas de Fuentes toda objetividad cede paso al partidismo desde el momento en que el reportero asume del todo no sólo la curiosa jerga de los “cazabandidos”, sino esa otra mayor que comprende la lucha con los insurgentes como una operación de cacería. Al llamar “bandidos” a los campesinos que se oponían al comunismo, muchos de los cuales habían luchado contra batista y no tenían vinculación alguna con la CIA, se legitima la violencia extrema de la “caza”.
(Palabras del trasfondo, Editorial Colibrí, Madrid, 2010)
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