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Monday, January 26, 2015

Virgilio Piñera vs. José Lezama Lima (2)

Pongo a disposición del crítico inteligente mi “Terribilia Meditans”. No podría en modo alguno tachar mi crítica de parcial ni de mal intencionada. Soy un escritor que se limita a exponer con toda honradez su punto de vista acerca de la poesía cubana actual. Cito a José Lezama Lima en particular porque una cabeza de generación siempre será bicéfala: habrá que tenerle en cuenta los aciertos y los errores.
   ¿Puede prohibir un escritor a otro el ejercicio de la crítica literaria? ¿Tiene el señor José Lezama Lima el derecho de prohibirme que su nombre continúe apareciendo en mi revista y bajo un aspecto exclusivamente intelectual?
   ¿Puede calificar mi publicación como una “revista de mierda”?
   Es tan absurda su pretensión que sólo podría tener cumplimiento bajo un terrorismo literario; bajo la República de los Intelectuales Terroristas. A menos que el señor Lezama se estime de esencia divina y no pueda ser discutida su infabilidad. Pero no olvide que el mismo Dios para existir debe estar continuamente en entredicho.
   Califica de “mierda” a mi revista. Yo le contesto con el mismo tono con que respondiera él mismo en Espuela de Plata al cumplir ésta su primer año de existencia: Con la compañía y la colaboración de María Zambrano, Adolfo Fernández Obieta, Roger Callois, Gastón Baquero, Nicolás Calás, Cintio Vitier, Charles Stonehill, Aimé Cesaire y otros, ahuyentaríamos cualquier presunción de indiferencia… Creo que es bastante para desvirtuar esa pretendida mierda que se quiere echar sobre mi cuaderno de poesía.
   Afirma que lo que más le ha dolido es que yo le haya “robado” versos enteros en mis poemas “Los Desastres”.
   Veamos: Yo pongo a libre examen mis tres poemas a fin de que les sean señalados los versos robados a Lezama. Un verso es robado cuando: a) es plagio directo. Como si el Sr. Pérez copiara de Garcilaso textualmente: “Por la oscura región de vuestro olvido…” —b) cuando la misma idea o metáfora es encubierta bajo otras palabras: —Es tu olvido una región oscura donde muero…—
   Pregunto: ¿se dan estos dos plagios en mis “Desastres”? Añado: son cuartetas eneasílabas. Que yo sepa Lezama no ha ensayado este metro jamás. Sus sonetillos “A la Frialdad” son irregularmente octosilábicos. Por otra parte la temática de “Los Desastres” —ostra, murena y hiena—no ha sido utilizada por Lezama en poema alguno suyo. En su “clima” son cosa alejadísima de su manera de ver la poesía. Quiero destacar así mismo que estos poemas forman parte de mi terminado e inédito libro “Las Destrucciones”. Que el propio Lezama leyó en su casa uno de estos “Desastres”. Me refiero al titulado “El Angel”, dedicado al pintor Portocarrero en agradecimiento al dibujo que me diera para mi cuaderno de poesía Las Furias. Tiene fecha de 1941 y está en poder del señor Portocarrero. Que en el mes de septiembre del pasado año de 1942 el señor Baquero me pidió unos poemas para su revista Clavileño y yo le entregué esos tres de la murena, la ostra y la hiena. Que el consejo de redacción  de Clavileño no quiso publicarlos por dos motivos: a) por estimarlos cosa sin mayor importancia poética. b) por ser poemas “fuertes” que no estaban a tono con la estética de Clavileño.
   Afirma que mi reputación intelectual y moral está por los suelos. Bien. ¿Puede decir Lezama en qué fundamenta esta baja acusación? A menos que él estime que mi buen nombre intelectual fue roto en mil pedazos con mi salida de Espuela de Plata. Pero a eso puedo contestar con los dos números de Poeta, con el reconocimiento de la minoría intelectual de La Habana; con las cartas de Alfonso Reyes, Guillermo de Torre, Macedonio Fernández, José Moreno Villa, Roger Caillois, etc., etc.; con mis publicaciones en Clavileño; por fin, con mi absoluta devoción y sacrificio a la poesía. Y todo esto Lezama usted lo sabe muy bien. ¿Recuerda, con motivo del artículo de Carlos Enríquez que Usted me dijo que sólo Usted y yo sabíamos morir fanáticamente por una idea? ¿Y es usted quien me dice que yo estoy desprestigiado intelectualmente?
   En lo que respecta al aspecto moral de mi persona no me interesa. Por axiomática nuestra manera de ser no necesita demostración. Allá los que quieran descargarse. No me importa.
   Esquemáticamente diré que no hubo tal paliza. A pesar de su corpulencia y superioridad física. No veo la galleta por parte alguna. Son testigos de que mi cara no estaba escoriada en lo más mínimo los señores Orlando del Pozo y Andrés Castro y Osvaldo Gutiérrez que me vieron segundos después de la riña grotesca. También los señores René Portocarrero y Milián, con los cuales hablé justamente media hora después. Para mayor abundancia asistí esa misma noche a la Hispano Cubano de Cultura a una conferencia del pintor mejicano Siqueiro Alfaro y en donde todo el mundo pudo comprobar que mi cara no estaba escoriada ni abofeteada.
   Justifica la agresión aduciendo que mi insignificancia intelectual no merecía otro tratamiento. Pero yo le digo que no fue mi insignificancia intelectual lo que le movió a agredirme sino contrariamente mi insignificancia física. Porque si no. ¿Cómo justifica Lezama, por ejemplo, no haber atacado personalmente al señor Justo Rodríguez Santos de quien siempre ha dicho que le ha robado versos y versos de sus poemas? Y también, ¿por qué no atacó personalmente al señor Carlos Enríquez cuando éste publicó su crítica contra Espuela de Plata? ¿Soy yo, acaso, de más bajo nivel intelectual que estos dos señores? ¿Por qué no me probó con hechos y por vía crítica mis plagios y mi mala fe intelectual, expresada según él en la “Terribilia Meditans”? ¿Por qué no cumplió lo que le dijo a María Zambrano, esto es, que se veía obligado a responder a mi crítica? ¿Por qué —según confió al señor Gerardo Brown— dejó a medias la carta que me estaba escribiendo? ¿Por qué descendió al terreno de las querellas personales?
   Hace mucho que yo he superado ese concepto provinciano del “tú te metes conmigo y yo me meto contigo”… Sepa Lezama que yo no tengo en cuenta a su persona ni a rencillas de ningún género cuando me pongo a hacer crítica poética. Que yo sé todo lo que él ha hecho y todo lo que no ha hecho y que esto lo digo y lo diré aún a riesgo de mi propia vida. Que a él, mejor que a nadie, le consta mi probidad intelectual. Que si yo le enjuicio es por la sencilla razón de que no voy a enjuiciar al bodeguero de la esquina. Que yo reconozco (y va dicho explícitamente en las dos “Terribilia Meditans”) su influencia poética sobre todos nosotros. Esto es un lugar común sobre el cual no hay que hacer aspavientos de ningún género. Que si yo efectivamente le hubiese robado versos las ventajas estarían de su parte porque: a) yo sería el caído en descrédito intelectual. b) qué mayor honor para un poeta de saber que se le copia. Todo esto tan sencillo de probar en tres cuartillas ha sido llevado al terreno del escándalo público.

(Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978, Ediciones Unión 2011)

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