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Tuesday, June 17, 2014

Alberto Edel Morales vs. Eliseo Alberto, Zoé Valdés, Daína Chaviano…

Ahora cabe reiterar una pregunta cuya respuesta casi todos los escritores y críticos cubanos conocemos: ¿Por qué ese thril!er con aires garciamarquianos –por otra parte, aceptablemente escrito, como haría Stephen King– que viene a ser el Caracol beach de Eliseo Alberto, obtuvo el primer Premio Alfaguara de novela? ¿Pero por qué una novela tan evidentemente mala como Te di la vida entera, de Zoé Valdés, se alza con la primera mención del Premio Planeta y publica de inicio 60 000 ejemplares en esa editorial? o ¿Por qué una novela casi tan insostenible como la anterior –El hambre, el hombre, la hembra, de Daína Chaviano– recibió el Premio Azorín y pasó a engordar el catálogo de libros de esa propia editorial? Y lo que –para mí– es pregunta más importante: ¿Por qué Zoé Valdés, Daína Chaviano y hasta Eliseo Alberto escriben esos y otros libros que –quiero creer– saben distantes de la literatura que en verdad desearían escribir? ¿Por qué otros autores cubanos –dentro y fuera del país– se lanzan a escribir unos productos tan obviamente dirigidos al consumidor, a modo de mercancía? ¿Qué los obliga a eso? Puedo encontrar algunas respuestas con más rapidez de lo que tecleo en el ordenador, pero prefiero que tú, avezado lector, me permitas esta vez sólo formular las preguntas.
   En un artículo publicado en una revista mexicana –de cuyo nombre no logro acordarme– Arturo Arango adelanta la idea de que por ahí interesa más leer sobre cómo se vive en Cuba que leer qué se escribe en Cuba. Y es que esas –imprecisamente– llamadas literaturas de urgencia (malos panfletos, ni tan literarios ni tan urgentes, pues varios de esos autores sobrepromocionados, por ejemplo, ya no logran imaginarse la vida cubana después de la despenalización del dólar, en 1993, y la crisis de los balseros, en 1994), están por lo general muy lejos de pasar de la epidermis –bastante lastimada– del país y pocas veces se adentran en lo que considero que es –si no ha cambiado en estos años, hasta hacerse otra– la sustancia misma de la literatura y el arte: vidas humanas en conflicto que intentan encontrar sentido a su existencia en un espacio estético.
   Quien haya (h)ojeado las páginas de mucho de lo que ese afanoso mercado exterior del libro quiere proponer y jerarquizar como la literatura cubana de ahora mismo, compartirá conmigo la duda cardinal de cuáles intenciones animan tales promociones. No literarias, está claro: más bien parecen correrías contra el tiempo de mercaderes que se mueven sobre un horizonte móvil –muy alta venta hoy, cotidiana, mañana estará en la nada–, financiadas con un objetivo más bien político que, por demás, parece un empeño inútil –si no fuese tan bien remunerado- de cara al consenso social, la estabilidad política, y esa pobreza irradiante que comparte la mayoría de los ciudadanos del país real.

(Literatura y mercado, Revista del Libro Cubano, 1998)

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