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Monday, March 17, 2014

Rufo Caballero vs. Duanel Díaz

La furia de Díaz en su nota reviste un profundo carácter autotélico. La fragilidad de los galimatías que articula pretendiendo hacerles pasar por sutilezas de interpretación, deja claro que lo mismo mi libro que cualquier otro, él necesitaba un blanco, un blanco que actuara como depositario de su ego, de su lucimiento. El sujeto de su nota no es mi libro (yo menos: ningún sujeto debe oponérsele), sino él mismo. El caso de Díaz es orgánico, coherente con una proyección sistemática durante los últimos años: la del muchacho recién graduado de nuestras carreras de Humanidades, que se traga el mundo, y para eso, necesita aniquilar a la generación anterior de críticos, de especialistas, en una suerte de darwinismo humanístico y oportunista que se toma demasiado a pecho aquello de que "en el reino de la cultura y del pensamiento cada producción existe no sólo para ganarse un lugar, sino para desplazar a otras, para superarlas".
(…)
   Debería decirse Díaz, con Zaratustra, "¡pido pues a mi orgullo que siempre vaya del brazo con mi cordura!". Puesto que su carrera, que ha comenzado mal y bien a partes iguales, no tiene tiempo de comprender la naturaleza del conocimiento; allí donde aparece la riqueza de la complejidad y la disidencia, se apresura Díaz a ver el "error" y la contradicción. No hay conocimiento, ni proceso alguno del pensar, que deba prescindir de la diversidad. Nos decía el mismo Heidegger que "a diferencia de lo que ocurre en las ciencias, el rigor del pensar no consiste sólo en la exactitud artificial -es decir, teórico-técnica- de los conceptos. Consiste en que el decir permanece puro en el elemento de la verdad del ser y deja que reine lo simple de sus simples dimensiones". Le falta a Díaz conocer y disponer de ese rigor interior de la cultura; ese que está después del corsé de aparente álgebra y vocación de exterminio. Porque, entre otras cosas, esa palabra final que pretende sembrar el todo , ha servido muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad y la cultura, a ese otro absoluto mayor que vela por el alcance de la libertad, la risa y la plenitud en la propia vida. Cuando, también con Heidegger, quedaría «por preguntar si, suponiendo que el pensar forme parte de la ex- sistencia, todo "sí" y todo "no" no existen ya acaso en la verdad del ser. Si es así, entonces el "sí" y el "no" ya están en sí mismos al servicio del ser y prestándole toda su atención".
   Díaz quiere trascender desde sus veintidós años. Lo está consiguiendo, rápido, de muchas maneras. Está, de entrada, incrustado en la historia de la crítica cubana como el gestor de una vergonzante irrespetuosidad.

(Contra el inmanentismo fetichista, La Isla en Peso, 2001)

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