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Monday, January 7, 2013

Heberto Padilla vs. Orígenes, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Baquero, Gaztelu, Piñera, García Vega, Justo Rodríguez Santos, Lezama Lima…

“Orígenes” es el instante de nuestro mal gusto más acentuado, es la comprobación de nuestra ignorancia pasada, es la evidencia de nuestro colonialismo literario y nuestro servilismo a viejas formas esclavizantes de la literatura. No es una casualidad que las palabras, el vocabulario de esos poetas tenga siempre una reiterada alusión monárquica: Reino, corona, príncipe, princesa, heraldos...
   ¿Qué príncipe nos blande uno a uno?
   ¡Oh Lúcidos heraldos…! (Vitier).
   Cintio Vitier, el poeta que más refleja y sufre la influencia de Lezama, confesaba ya en 1948: “…mi escritura solo sabe crecer por círculos concéntricos. No se me escapa el peligro que ello entraña…” y más adelante confiesa: “siento que este instinto de cerrar sin duda impide en ocasiones algo más viviente y libre…” Exégeta de sí mismo vaticinaba su impotencia para conquistar su propia voz, ahogada por el peso de la retórica de Lezama. Cuando al final —queriendo cerrar una etapa de su poesía— escribió sus poemas El Hijo Pródigo y Canto Llano, pudimos comprobar que toda la aparatosa verba de sus poemas iniciales encubría una sensibilidad al estilo del último Florit, de Neruda y Gabriela Mistral.
   Diego —de indudable talento literario— pretende reconstruir una zona inexistente de nuestro pasado, un colonialismo sin altura que lo llevó a remedar a un Jorge Luis Borges tropical, pero más opulento.
   Smith no ha insistido más en la poesía, como tampoco lo ha hecho Gastón Baquero —de tan ingrata recordación.
   Y Angel Gaztelu se ha devuelto a una poesía rural, sin fuerza; Virgilio Piñera, anulada su intuición poética por el impacto de Lezama, cuando quiso encontrar su voz tuvo que recurrir a otros géneros literarios. Fina García Marruz en el anti-Lezama. García Vega nunca fue un poeta y hay un consenso general en el hecho. Justo Rodríguez Santos fue siempre un preterido. Cintio Vitier acabó por sacarlo de su última antología.
   ¿Qué queda, pues, de Orígenes? ¿Dónde está el gran libro de esa generación? ¿Dónde están la “originalidad y madurez de ciertos frutos obtenidos”? ¿Dónde está el resumen, después de veintidós años de tarea (comienza con Espuela de Plata en 1937, sigue con Verbum, 1939 y culmina en Orígenes 1946) de “uno de los movimientos espirituales más ocultos e intensos de nuestra América”, dedicado a “todos aquellos a quienes interese la expresión más perfecta, el cuerpo más trascendente y puro, en su angustia y su alegría, de nuestra patria…”?
   No hay nada. Entre el fracaso de los conatos revolucionarios de 1933 y la crisis que culminó en la única revolución que hemos conocido hay un vacío pesando sobre la obra de creación, anulándola. Sin clarividencia para entender su realidad, víctimas de un drama nacional que los rebasaba, impotentes para establecer profundas resistencias, diez poetas se reunieron para edificar y modelar una muerte sin grandeza.
   A los nuevos poetas ese ejemplo debe servirles de mucho. Si ahora, al volvernos a los libros que en nuestras adolescencias plantearon interrogaciones, que alimentaron nuestra crisis y hoy nos lucen inofensivos, es porque el vuelco de nuestra realidad social los ha hundido en el vacío y el olvido.
   ¿Qué poema puede escribir hoy Lezama que no recuerde su vieja voz, hueca y grotesca? ¿Qué poema puede publicar Vitier que sirva en su más honda significación? ¿Qué alegría puede proporcionarnos la rúbrica “Orígenes” si es el recuento de lo ingrato de nuestro pasado, cuando nos desgarrábamos buscando una voz que querían torcer los cantos bobalicones de unos hombres que ambicionaban constituirse en maestros?
   La poesía que ha de surgir ahora en un país nuevo no puede repetir las viejas consejas de Trocadero. El poeta que exprese su angustia o su alegría tendrá una responsabilidad por vez primera; al canto gratuito habrá que oponer una voz de servicio. A la retórica desmedida, un aliento físico, esencial.

(La poesía en su lugar. Lunes de Revolución, diciembre 1959)

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