Consecuencias directas de la falta de información y de cultura general de esta autora son los anacronismos idiomáticos en los que incurren sus personajes. Cualquiera que haya leído literatura de los siglos XVII y XVIII —y no hablo sólo de novelas, sino también de crónicas de viajes, diarios y cartas—, adquiere un sentido de lo que pertenece o no al lenguaje habitual de una época. Pero el detector lingüístico falla por completo en el caso de Valdés. Existen razones históricas que imposibilitan la existencia de muchos giros idiomáticos en personajes que vivieron tres siglos atrás. En otros casos, las inexactitudes se deben al uso de cubanismos contemporáneos que no surgieron hasta bien entrado el siglo XIX o incluso el XX.
Sea como sea, en medio de una novela de piratas resulta contraproducente topar con estos modismos: “en la calle y sin llavín” (p. 25); desconchiflados (p. 25); “allá tú con tu condena” (p. 27); “parándosele por gusto el mandado” (p. 36); “tenía noventa y nueve papeletas para un viaje irreversible” (p. 43); “se echó al pico a unas cuantas decenas de piratas” (p. 57); “duraba lo que un merengue a la puerta de un colegio” (p. 58. Nota: ni siquiera existían los colegios de asistencia masiva donde un vendedor callejero se hubiera detenido a vender sus dulces); “eso sí me vendría de perilla” (p. 67); “maciza como una lechona, o masúa, como dicen los isleños cienfuegueros” (p. 67. Nota: ya sabemos que los cienfuegueros no podían existir en esa época, así es que es dudoso que pudieran emplear ninguna frase típica de ellos); “ya verás lo que son cajitas de dulce guayaba” (p. 82. Nota: el dulce de guayaba no se embalaba en cajas en esa época, porque ni siquiera existía); “se desayunaba ahora con que…” (p. 88); “la sangre bombeó de nuevo a todo meter en sus arterias” (p. 89); “la cosa no anda buena” (p. 116); “embarajó confianzudo” (p. 139); “se hizo la muerta para ver qué entierro le hacían” (p. 154); “tono relambío” (p. 168); “pueda venir a hacerme un cuento chino” (p. 176. Nota: esa frase nace en Cuba después que llegan los primeros inmigrantes chinos a la isla, en la segunda mitad del s. XIX); “toda esa rebambaramba” (p. 177); “por mucho que Mary intentó dorarle la píldora” (p. 200)… Una vez más, recuerde el lector que estamos hablando de finales del siglo XVII y principios del XVIII.
(Lobas de mar, o sea, hablando boberías, reproducido por Rebelión, marzo 2004)
No comments:
Post a Comment