Norberto Fuentes sigue dando hasta el sol de hoy la impresión de no haber cortado su cordón umbilical con el régimen. La trama de Dulces guerreros... gira alrededor de una crónica de los últimos contactos del autor con Ochoa y los gemelos De la Guardia. Raro, cuando éstos ya se hallaban bajo estricta vigilancia. Fuentes, alega en el libro de manera inverosímil, les previene repetidas veces en vano acerca del inminente peligro que corren. Signo de interrogación seguido de signo de admiración: ¿cumplía órdenes superiores? ¿O acaso el alto mando lo dejaba lucirse para darles a los acosados una engañosa sensación de normalidad?
Destaca su (frívola) amistad con ellos; se regodea en la descripción de las técnicas de acoso y vigilancia de que son objeto en los días previos al inicio de la Causa No. 1 de 1989; e insiste en la urgencia de hacer algo ante unos hombres que se saben atrapados en la trampa mortal que ellos mismos han tendido tantas veces a otros. No hay escape. A todas estas, hasta el lector más atento ignora por qué el propio Fuentes parece no sentirse nunca realmente en peligro.
Alrededor de esa trama principal, y de los alardes sexuales del autor, giran un sinfín de relatos de segunda y tercera mano con la más insustancial y despectiva chismografía: Fidel, “un mal palo del carajo”. Raúl, un bastardo. Gabriel García Márquez, un vulgar correveidile de Fidel. Un dato superfluo, gratuitamente denigrante: Aliusha, una de las hijas del Che, es descrita como una ninfómana que se revuelca con amantes de ambos sexos por todas las camas de la Misión Cubana en Luanda.
Los generales Ochoa y Cintra Frías, unos guajiros que de chicos se pasaban la vida fornicando con cabras y puercas como si fuesen mujeres. Lo cual, a juzgar por su autorretrato en el libro, el macho cabrío Fuentes hace a la inversa: él de adulto fornica con las mujeres como si fueran chivas y cerdas. Silvio Rodríguez, un tipo con cara de “perro apaleado” incapaz de “hacer vibrar” una vagina. ¿Cómo lo sabe? Y multitud de personajes menores mencionados con pelos y señales a quienes, venga o no venga a cuento, el autor se deleita en airearles los trapos sucios.
En contraste, Fuentes, que cuando quiere jura y perjura, citando a troche y moche nombres y lugares para probar nimiedades y tópicos gastados, no aporta datos cuando describe hechos tan graves como la técnica favorita de asesinato a sangre fría de Camilo Cienfuegos, el mítico comandante misteriosamente desaparecido en un accidente aéreo en octubre de 1959 y deidad suprema en el sanctasanctórum de revolucionarios y contrarrevolucionarios. O cuando pinta a un general Ochoa descerrajando en persona (¿!) tiros de gracia en la cabeza de prisioneros angolanos interrogados. ¿Él estaba allí?
Como testimonio factual Dulces guerreros... deja que desear por más de un concepto. Lo que debía ser un documento irrefutable y desgarrador, arrancado laboriosamente de los entresijos de la memoria de un autor que compartió cuchara con la élite del poder en Cuba, deviene de entrada en una inextricable amalgama de géneros literarios que van desde las referidas digresiones erótico-escatológicas, pasando por un extenso catálogo de vocablos y dicharachos cubanos (destinados al lector extranjero) hasta un empleo recurrente, extemporáneo, de la ficción novelesca.
(Dulces guerreros cubanos o la poética infalible del cinismo, Blog El Abicú Liberal, julio 2007)
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