La confusión, alimentada por vanidades y soberbias pródigas en adjetivos espectaculares, ha roto los diques. Se evita distinguir, sobre todo entre los autores medianeros. El resultado es un bosque reseco donde apenas se ve un árbol sano.
Y huele peor cuando los argumentos son exógenos: multiculturalismo, géneros discriminados, minorías, disidencias o aquiescencias políticas, topologías, afanes generacionales… Hasta he oído quien defiende a un “poeta” porque fuma marihuana o porque un tío lo violó cuando niño…
Otros, más cultos, se esconden detrás del biombo deconstructivista, del relativismo como forma de la diversidad evaluativa, de la acusación de elitismo. Como si al lado de Martí y Casal se pudieran poner a los otros veinte poetas —hoy serían dos mil— modernistas cubanos de fines del siglo XIX.
El resultado está delante, entre reseñas laudatorias y silencios cómplices: cada día que pasa se publican más poemas, cada día que pasa se leen menos poemas. ¿Paradoja? ¡Qué va! A dos por medio no se distingue un mango de una piedra amarillenta.
En la poesía cubana actual, como en la de cualquier otro país de habla hispana, el canon duerme. Sueña que al despertarse haya más lectores que poetas.
Yo, por ahora, leo el primer verso. A veces llego al quinto. Por lo general paso la hoja, lo poncho a la papelera o cierro el blog. No hay tiempo para más.
(Poetas a dos por medio, Blog Emilio Ichikawa, agosto 2009)
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