Poseído de unas ideas tan brillantes ¿Qué juicio quería V. que formase de nuestro teatro actual la primera noche de mi arribo que me tocó ir a ver representar la famosa Comedia El príncipe jardinero y fingido Cloridano? Considérelo V. mientras paso a hacerle una sencilla narración de lo acaecido. Es el caso que había ido yo a la comedia [con] un amigo que siempre me acompañó a iguales actos antes de mi partida. Notó la indisposición de mi semblante durante la representación, y cuando íbamos saliendo del Coliseo me dijo: a V. parece que no le ha gustado la comedia. Ni la comedia, ni los comediantes, le contesté, aquélla por disparatada e insolente, y esto (porque a excepción de uno en quien se dejan ver ciertos golpes de cómico) carecen de todos o los más requisitos que constituyen un buen comediante, y me ha dolido a la verdad gastar tres reales por estar incómodo. ¿Pero qué hemos de hacer, repuso mi amigo, si no hay otra cosa en que pasar el rato? Ya lo veo, le dije, pero podía el autor de las comedias ciñéndose al tiempo y al lugar, elegirlas arregladas, que al paso que nos divirtieran sacáramos algún fruto en orden a corregir nuestras costumbres. Bien veo, también me dirá V. que esto es pedir muchas cotufas en la Havana donde se hallan pocos que entiendan que quiere decir comedias arregladas, gustando los más de vuelos, tramoyas y lances inverosímiles: que serían unos panarras los cómicos si sacando mayor utilidad de representar a Juana la rabicortina, prefiriesen a las verdaderas comedias: Hacer que hacemos y al Señorito mimado.
(Papel Periódico de La Havana, julio 1791)
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