Alpidio Alonso escribió de un manotazo una de las más bochornosas páginas de la historia Cuba. En la isla siempre, incluso en los momentos que son descritos como los más sanguinarios (Batista, Machado, Valeriano Weyler…), de la represión se habían encargado los cuarteles.
Ayer el
ministro de Cultura asumió, en un arrebato de prepotencia, el rol de la
soldadesca. Con la impunidad de Ramiro Valdés y el caminao de Cheo Malanga, se
dirigió a un grupo de jóvenes que se manifestaba frente a la institución que él
dirige. Desprovisto de argumentos, levantó la mano.
En los
primeros días del triunfo de la revolución, Fidel Castro ordenó convertir a los
cuarteles en escuela. Luego, convirtió una escuela, la de los Hermanos
Maristas, en el más horrendo cuartel. Ese fue uno de los primeros pasos para
hacer del país un campamento.
A Villa
Marista, así se le llama popularmente al centro de tortura, suelen ser
conducidos los artistas y escritores que disienten del régimen. No por lo que
hacen, sino por lo que piensan o se atreven a decir en voz alta. Ayer Alpidio
Alonso se saltó ese paso y se ocupó él mismo de los golpes.
Poco
después, en un patético acto, justificó su acción y reafirmó su desesperación
totalitaria. A sus espaldas aplaudían y vociferaban consignas. Mientras todos
los que se manifestaban frente al Ministerio eran jóvenes, los que se apostaron
detrás del ministro eran viejos. Precisa metáfora de la Cuba actual.
Quiso el
azar que todo eso ocurriera en la víspera del 28 de enero, cuando se conmemoran
167 años del natalicio de José Martí. Justo la institución que dice regir la
cultura de la nación se encargó de disparar contra el ideario del Apóstol,
ignorando una vez más su sagrada advertencia de que un pueblo no se funda como
se manda un campamento.
(El manotazo de Alpidio Alonso. Blog El Fogonero, enero 2021)
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