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Thursday, January 7, 2021

Antonio José Ponte vs. Antón Arrufat

Cuando un escritor es censurado y castigado por un aparato estatal como el castrista, puede sacar lección de rebeldía, pero ese no es el caso de Arrufat. Puede sacar lección de miedo adentro, lo cual se corresponde más con él. O peor aun, lección de infamia, como la de burlarse de otras víctimas, poniéndose de parte de quienes castigan. Esto último le vi hacer, y fue lo que terminó con la amistad que tuvimos.

   Hubo en esa amistad libros prestados de su biblioteca, largas conversaciones sobre literatura, interrogaciones mías acerca de Virgilio Piñera y José Lezama Lima, y el descubrimiento de una persona solitaria y con cierta ternura, pese a su alardes de desapego y el cinismo de sus frases.

   Cuando cumplió 60 años, en mis palabras para el homenaje público, le reclamé una pequeña obra maestra en algún género, ya que los poetas sostenían que él era ensayista, los ensayistas lo tildaban de narrador, los narradores de dramaturgo, y así por el estilo, hasta no quedar género literario donde cupiera, y recibir únicamente credenciales de gran conversador.

   Una tarde, caminando por La Habana Vieja, me pidió que fuera su albacea literario, y le hice ver que él tenía una pareja de muchos años capaz de hacerse cargo, e incluso un amante escritor.

   Fue en casa de Jorge Ángel Pérez, reunidos varios escritores por la llegada de una antologadora española, donde lo escuché burlarse de las vejaciones a las que sometieron a otros. La antologadora comentó que Manuel Díaz Martínez acababa de publicar en España sus memorias, y se mostró interesada en saber si era cierto que él había sido expulsado del país. La reacción de Arrufat, el mayor en edad de los reunidos y el más comprometido con las instituciones, fue una negativa rotunda.

   Yo apunté que el diario oficialista "Juventud Rebelde" había publicado un artículo de Waldo Leyva empujando a Díaz Martínez al exilio.

   Volvió a mostrarse interesada la antologadora y preguntó por María Elena Cruz Varela, por el asalto a su casa y su encarcelamiento. Entonces la antigua víctima que era Antón Arrufat sacó toda la infamia que sus victimarios le enseñaran, y soltó: "Ay, pero si salió rosada y gordita de la cárcel…".

   Avisé al dueño de la casa que me marchaba, salí de allí sin despedirme del resto, y nunca más tuve trato con Arrufat, a pesar de sus más o menos excusas enviadas a través de terceras personas. El episodio, más que marcar el final de la amistad que tuvimos, revela su catadura moral.

   El ministro Abel Prieto, de quien él se considera amigo, procuró que su pieza teatral "Los siete contra Tebas" fuera estrenada. Era la obra por la que cayera en desgracia tres décadas antes.

   "Quiero quitarle a Antón su fama de disidente", comentó el ministro. Se echó a reír y él lo acompañó en sus risas.

   "Los dos nos reímos, porque de las humoradas que él decía yo me reía también, como él de las que decía yo", contó Arrufat al sitio digital "OnCuba". Quedaba agotada por decisión ministerial la leyenda de aquella obra maldita. Los espectadores habaneros pudieron comprobar que no era más que un Giraudoux desleído, otra pieza aburrida en la aburrida dramaturgia del autor.

   Premios, estrenos, ediciones y reediciones copan desde hace algunos años la vida de Antón Arrufat. Siempre que un entrevistador lo empuja a recordar sus años de ostracismo, él descarga de responsabilidad al sistema, culpa a funcionarios errados, y responsabiliza de su desgracia a los hermanos Raquel Revuelta y Vicente Revuelta. Gracias a semejantes maniobras, ha cumplido su sueño de vivir en una casa palaciega.

   Es un sueño recurrente de la Generación del 50, el de ser Dulce María Loynaz. Arrufat mudó sus pertenencias al "piano nobile" de una casona en Prado y Refugio, en cuyo piso bajo funciona (si es que funciona) el renacido Ateneo de La Habana, del cual lo nombraron director.

   Todo historia griega: Tebas estrenada acaba con su fama de disidente, y un ateneo le hace reanudar la carrera de funcionario que cortó Haydée Santamaría al echarlo de la revista "Casa". Se confabularon Abel Prieto y Eusebio Leal, Historiador de La Habana, para hacer feliz al viejo escritor.

   En la inauguración de la sede ateneísta y hogar arrufatiano, Leal declaró: "Me alegra mucho que haya sido posible restaurar la casa, en el Prado de La Habana que va lentamente recuperando su esplendor, en el Paseo de Martí, y que uno de los discípulos de Piñera —Antón Arrufat— esté presidiendo la segunda época del Ateneo de La Habana".

   Suena poco meritorio ser nombrado a los 80 años, no por obra propia, sino por un discipulado. Pero lo crucial para él habrá sido la casona y el puesto del que enorgullecerse.

   Decidido a agregar más títulos a su tarjeta de presentación, Arrufat se empeña en ser tomado por presidente del PEN Cuba, con el dramaturgo Reinaldo Montero como secretario general.

   Ni él ni Montero moverán un dedo por el escritor a quien la maquinaria del Estado desee aplastar, pero ambos garantizan que ninguna figura incómoda al oficialismo se apropie de ese espacio de reclamación y denuncia. Y, tal como le vi hacer a propósito de María Elena Cruz Varela, no es descabellado presumir que el Arrufat presidente del PEN Cuba alabará el buen color y el magnífico peso corporal de tal o más cual escritor, a quien la persecución le sienta tan bien como el luto a Electra.

   De cualquier violación que se presente, él hará una oportunidad para piropear a los victimarios que han sabido regalarle premios y honores y mansión. En cuanto a su literatura, nada de lo que ha publicado a partir de los 60 años alcanza a satisfacer la petición que entonces le hice.

(Del "Diccionario de la Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)

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