El principal elemento fallido
de esta novela se suscribe en que el registro de las voces en primera persona
—suerte de monólogo íntimo— es uniforme:
no hay diferencias entre un habla y
otra. Las pronunciaciones están marcadas por la misma entonación, igual
concordancia e idéntica dicción.
En la recitación inicial (capítulo Uno, “El
Hijo”) se produce bruscamente una traslación del yo al tú sin ninguna
justificación: “La idea estúpida de que mi madre se pudo haber caído me hizo
perder quién sabe cuánto, tal vez treinta o cuarenta minutos” (primera persona
narrativa). Seguido: “No es sólo lo que te toma ir de la litera al puesto del
oficial de guardia. Hay también un tiempo entre la primera vez que la idea te
ronda y el momento en que decides ejecutarla” (segunda persona narrativa). Mudanza de tono innecesaria:
quebrantamiento del ritmo en un alarde
técnico gratuito.
¿Alegorías de situaciones comunes que se
producen en la sociedad cubana de hoy?: ¿jóvenes resentidos en contra de la
falsedad? ¿Contraposición de ideales generacionales? ¿Principios arraigados de
un padre convencido de los modelos socialistas? ¿La Madre, oportunista
profesora que acepta regalos (sobornos) de los padres de sus alumnos?
¿Funcionarios del Partido Comunista en actos y decisiones arbitrarias? ¿Hija
que sustrae alimentos del hotel donde labora? ¿Negocios ilícitos de empleados
con mercancía robada?
Sugerente los vértices del rectángulo que
establece Álvarez: “El Hijo” / “La Hija” acosados por el presente y “El Padre” / “La Madre” enclavados en reminiscencias del
pasado. En esas oposiciones, la
historia alcanza instantes de provocativas especulaciones sobre las
correspondencias entre dos generaciones confrontadas en la sociedad cubana.
Pero, la trama se empantana por la ociosa narratividad
que no cuaja. Uno constantemente se pregunta: ¿Cuándo va a ocurrir algo?
Por momentos, el texto cobra cierta
animación gracias a los recursos oníricos que circundan a los personajes (Tres:
“El Padre”, “La Hija”). Asimismo, se asoman algunos ademanes que recuerdan el
tono del Calvert Casey de Notas de un
simulador. La prosa de Álvarez oscila entre la solemnidad y la propensión a un lirismo de presumidas imágenes: “Abre la puerta del dormitorio con el mayor
cuidado posible para que los goznes
no chirríen” (Uno, “El Hijo”); “[…] por el ventanal de doble hoja entre los balaustres de hierro oxidado…” (Uno,
“El Hijo”); “Mi cuerpo como un país
que a veces recorro” (Dos, “La Madre”); “Todo el mundo por aquella época olía a fastidio” (Dos, “El Padre”);
“[…] por voluntad de Armando, su plan
asceta, su plan frugal, su plan hombre nuevo” (Tres, “El Hijo”); “La
humanidad no es más que un multitudinario desfile de frustrados, bastardos conducidos al cepo…” (Cuatro,
“El Hijo”)…
Uno se pregunta: ¿dónde quedó el cronista
perspicaz, sugerente, insinuante y provocativo de La Tribu. Retratos de Cuba? ¿Dónde el denuedo de los blogs Periodismo de Barrio y Estornudo. Alergias Crónicas? Los caídos, una “novela” donde no pasa nada: “narración” de pasmosa inmovilidad. Oratoria que intenta
presumir una elegancia que desemboca
en un amaneramiento, a veces,
risible. Carlos Manuel Álvarez hace gala de una divagación que roza la frontera del bostezo.
(Una novela caída. Cubaencuentro, octubre 2018)
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