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Thursday, March 21, 2013

Enrico Mario Santí vs. Lisandro Otero

No es descabellada la hipótesis de que Otero fue traicionado por las mismas fuerzas que él aprendió a servir. Fue el mismo caso de Arnaldo Ochoa, un año después, devorado por los leones tras su abyecta confesión. Mejor dicho: es el mismo caso de siempre. Después de destituido de la  presidencia de la UNEAC, Otero no cejó en buscar el poder y encontró, a los cuatro años, una oportunidad, acaso sugerida por el propio Aldana, para echarle una mano a una crisis del régimen. Ni él ni Aldana pensaron que los tiros saldrían por la culata. Mucho menos que ellos mismos eran la carnada. Después de echada esa suerte, sólo quedaban dos opciones: quedarse atrapado, como Aldana, o escapar, como Otero. Sólo que Otero, funcionario menor, siempre podía alegar, como de hecho ha ocurrido, que lo que debería cambiar en Cuba “eran los funcionarios, no los dirigentes”, y que él no rompería “sus vínculos con la revolución, pese a las coyunturas propiciatorias a un desgajamiento”. Por eso, una vez que conocemos estas memorias, ¿quién quita que este dirigente no pueda cosechar éxitos aún mayores en su futura carrera?
   En un final, el caso de Otero interesa menos por sus pormenores que por las preguntas que plantea. A saber: ¿Podemos creer a un intelectual con semejante comportamiento? ¿Puede construirse una política a partir de la radical ‘desubicación’ que practica su texto? ¿Puede lograrse, como al parecer él mismo desea, la “generosa conciliación” de la mancomunidad cubana habiendo mutilado la memoria histórica como él lo hace? Para afirmar estas respuestas haría falta asumir una responsabilidad que Otero todavía desconoce. Y aún más, abandonar la premisa que atraviesa su carrera y su memoria: la persistencia de la Utopía. La escribo con mayúscula para resaltar su carácter mítico y, por tanto, manipulable. No la confundo con los valores de generosidad, caridad y fraternidad que a muchos nos interesan. Ni tampoco con la subordinación de la historia y, sobre todo, de vidas de carne y hueso, a justificaciones huecas y, casi siempre, sangrientas.
   Debe ser triste, en efecto, llegar a “los años de la declinación” y descubrir que se ha malgastado la vida negando la realidad. Por eso, lo dejo recordando un viejo refrán: más vale tarde que nunca. Y también con un aviso, hoy por cierto muy de moda en Cuba: No es fácil.

(Mi reino por el caballo: Las dos memorias de Lisandro Otero. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 16/17, 2000)

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