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Monday, November 4, 2013

Pío E. Serrano vs. Abel Prieto

De Abel Prieto, ministro de Cultura cubano, siempre tuve la impresión de que su vertiginoso ascenso al poder había sido un mal menor en ese lúgubre fin de fiesta en que el régimen cubano consume sus últimos años. La incapacidad de cada uno de los funcionarios que lo precedieron en el cargo permitía pensar que la presencia de un joven cuadro, proveniente de una generación caracterizada por su inconformismo y su proclividad si no a la rebelión al menos a la práctica de un arte provocativo ajeno a cualquier lectura épica de la historia fuese capaz de aligerar la vida cultural del país del malestar continuo que lo fatigaba. Me comentaban sus amigos tempranos de su rechazo a las viejas formas y fórmulas, su tolerancia ante la discrepancia, su calculado desenfado ante las jerarquías, su natural abierto y dialogante. Algunos, incluso, me aseguraban de su gestión personal para lograr sus salidas del país sin mayores represalias. La actuación de Abel Prieto parecía expresar la conducta de un tímido hereje.
   Con toda seguridad todo ello es cierto. Sin embargo, Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba, desembarca en Madrid con lo que presumo la peor de sus máscaras. El ministro que pasa por tolerante en Cuba, asume de manera airada y descompuesta un torvo lenguaje policiaco. Se refiere a figuras tan eminentes de las letras cubanas como Gastón Baquero, Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Zoé Valdés como sólo la penumbra, la sordidez y la soledad de la ergástula permiten al carcelero. Abominables le resultan al ministro de Cultura de Cuba un puñado de escritores cuyo máximo inconveniente consiste en descreer de la militante fe que el ministro viene a predicar y en la que dice creer. Ni tolerancia ni convincentes razonamientos críticos esgrime Abel Prieto hacia esos otros cubanos generadores también de cultura cubana; sólo el escarnio, la ignominia, la abominación. Razones insuficientes para un ministro de Cultura con el aval que parecía tener el señor Prieto.
   No se puede defender la justicia y la verdad con el empleo ininterrumpido de la violencia, de la infamia y de la injusticia. Debería saberlo el ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto. Bajo su máscara para la exportación de funcionario leal al poder total, el ministro se ha creído en la obligación de poner en práctica uno de los procedimientos favoritos del régimen para borrar toda fisura, en palabras de Camus: “Se rebaja en primer lugar al espíritu más elevado al rango del espíritu más bajo mediante la técnica policial de la amalgama”. Hay que suprimir, raer la huella de cualquier disidencia, y cuando no es posible, abominar de ella.
   Confieso que escribo estas líneas con desconsuelo. Habría preferido no escribirlas, sostener la vaga ilusión de que un hombre comprometido con el error, pero decoroso, soñaba en su interior, el más secreto de sus interiores, con una futura convivencia en la discrepancia, una futura nación lejos de la unanimidad y de la intolerancia. Un pesado desaliento me invade. Me siento perplejo ¿Dónde la verdad de Abel Prieto? ¿Dónde la máscara? ¿Víctima o verdugo?

(Las abominaciones de Abel Prieto, Revista Hispano Cubana, No. 9, 2001)

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