Mañach y los de su generación, constituyen hoy la tesis carcomida, y pútrida que se revuelca en sus últimos estertores. No importa que truene con los rayos de su negación. Ni con su actitud de incomprensión de mentalidad presuntamente ahíta de sabiduría se levante como un santo laico imponiendo como norma "su verdad" para señalar las fronteras de lo cierto y de lo falaz. Lo cierto es su derrumbe inevitable. Lo falaz es su empecinamiento en persistir. La fe y el ideario de los hombres de la Revista de Avance se ha derrumbado porque estos artífices de la pluma y el verbo han sido los grandes sofistas de la Revolución cubana. Nos enseñaron un lenguaje y un estilo nuevo. Pero nada más. Sobre su habilidad de alquimistas que todo lo tornaban en oro al contacto con su palabra tersa y cantarina y de su prosa embrujadora, se ha levantado el bostezo y la indiferencia del pueblo. Y ya hoy se lee una página de Mañach o se escucha una oración suya con la misma indiferencia que se asiste al cinematógrafo a presenciar un drama conmovedor. Al regreso nos hemos olvidado de todo. Es que, como muy certeramente dijo Lezama Lima, cambiaron la "fede por la sede".
(Sobre el diálogo Lezama-Mañach. Prensa Libre, octubre 1949)
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