Creo, sinceramente, que tu crítica, en términos teóricos, se resiente en algo fundamental: refiere el testimonio y la memoria como si fueran un método literario. El testimonio, en los años 60 del siglo pasado, en Cuba y en ciertos sectores literarios de América Latina, se entendió más bien como un género, tanto que la Casa de las América(s) lo incluyó como tal en sus concursos anuales. Para mí, en los contados casos en que sobrepasó la chatura y las torpezas de escritores aficionados, y fue, incluso, más allá del buen periodismo, se convirtió en una variante de la novela, cuyo género, según Bajtin, por ser el único realmente nuevo, está todavía en evolución, y admite cualquier tipo de modalidad experimental; incluso, el uso de recursos como la historiografía y el ensayo. La memoria, por su parte, es algo consustancial, no sólo a la literatura, sino al hombre mismo. La tendencia memoriosa de la novela cubana de los períodos revolucionario y posrevolucionario se debe, a mi modo de ver, a que sus autores, por haber tenido experiencias vivenciales extremas en un momento histórico de suprema complejidad, sintieron la necesidad de dejar constancia y de fijar algunas coordenadas que sirvieran de guía a todos los que, una y otra vez, en el futuro, volverán a los hechos, para sacar conclusiones acerca de lo que sucedió en realidad.
(…)
Según desprendo de tus opiniones, Hijos de Saturno es una novela fallida, a la que sólo le reconoces la creación de tres caracteres: los padres del protagonista principal y Magdalena Chamizo-Engracia Lecrec. Le reconoces un uso “conveniente” del idioma español, aunque no sé a qué te refieres cuando afirmas que los “españolismos” adulteran el alcance de algunas frases. En este sentido debo recordarte que el español en que se expresa el comandante Eustaquio de la Peña es una ficción literaria, que no sería tan ajeno al ceceo con que se expresa, digamos, Juan Almeida, un comandante real, autor de canciones famosas, quien, en su afán por parecer culto, pronuncia corazón con zeta y todo.
¿Cómo es posible, Emilio, que en una novela tan defectuosa como la que presentas en tu crítica puedas hallar un momento narrativo “a la altura de José Donoso” y una décima que es “una de la composiciones de amor más hermosas de nuestra literatura”?
Tampoco me explico por qué un cubano tan entrañable como tú, no percibas el humor y la ironía con que concebí la realidad en ciertas partes de la novela. Fallé de veras si tú, como lector, no ves, por ejemplo, que, cuando hago mi propia crítica, me estoy burlando de los gacetilleros literarios cubanos, tan propensos a repetir lo que dicen otros más autorizados o, simplemente, lo que dicen otros. Escribí que era una novela con rasgos de posmodernidad como pude haber dicho que era una descarga, no al estilo del jazz soneado o el son jazzeado de Cachao, sino en el otro, ése en que los cubanos solemos desprendernos de nuestras angustias y nuestras desesperanzas, para tormento de quienes nos oyen o nos leen. Dediqué 16 años a escribir Hijos de Saturno. Por eso, tal vez, otros se me adelantaron en determinados temas. Pero estoy tranquilo. No soy un novelista profesional, sino un intruso, que no vive de lo que escribe, ni vive para escribir, aunque sé que mi única posible virtud como escribidor está en decir bien (españolismos aparte) lo que quiero decir.
(Homenaje: Una carta de Osvaldo Navarro, Blog Emilio Ichikawa, diciembre 2008)
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