Algunas de sus páginas ensayísticas (hasta un par de libros enteros, con todos sus empecinamientos y patinazos) soportan bien la relectura, y puede que resulten deslumbrantes para quien hoy las lea por primera vez. Y yo reservaría igual suerte para algunos de sus poemas, aunque adivino la disuasiones que tendría que oír.
Disuasión primera: la poeta es su mujer, Fina García Marruz, no él.
Disuasión segunda: los poetas de verdad de ese grupo son Gastón Baquero, José Lezama Lima, Eliseo Diego, la ya aludida señora, Virgilio Piñera, y hasta Octavio Smith y Ángel Gaztelu si la cosa apura. Pero él no.
Disuasión tercera: fue, más que nada, un antologador de poesía.
Disuasión cuarta: demasiado crítico para ser poeta.
Y así, por el estilo.
Como si la poesía tocara a uno por núcleo familiar. Como si en la guagua de Orígenes no pudiera empujar uno más, aunque viaje colgado. Como si el raciocionio no trajese su poesía gélida. Como si no existiera la poesía pujona, que habla de lo difícil que es ser poesía. Como si sólo hubiera lo confesional del corazón, y quedase vetado lo no menos confesional de la inteligencia...
Sus novelas, ejem, toso, trago agua, miro el reloj, le hago un cuidado lazo a cada uno de mis tacos y, ya que ando por allá abajo: fue calcañal de índigena lo que escribió como narrativa. Bagazo en salsa esas novelas suyas. ¡Y cómo se dolió de no ser considerado narrador!
(…)
Los buenos ensayos y poemas de Cintio Vitier fueron compuestos bajo el gobierno de Tacón. Ya podría creerse él que iba matando canallas con su cañón de futuro, que cabalgaba sobre una palma escrita: lo cierto es que llevaba muerto por lo menos cuatro décadas. (Valga una datación aproximada: Crítica sucesiva incluye, en 1971, las que debieron ser sus últimas lecturas contemporáneas de peso. Luego, mucho Cardenal. Mucho Nicaragua me duele por aquí, Nicaragua me duele por allá. Mucha teología de la liberación, consomé de sotana guerrillera. Y José Martí como joker de la baraja.)
Se podrá estar en desacuerdo con lo dicho hasta aquí, pero nadie me discutirá que, en las últimas décadas, cuando sonaba el nombre de Cintio Vitier era menos por sus páginas que por sus barrabasadas. Y, como no pienso malgastar la tarde (escribo en una tarde otoñal y húngara) trayendo a cuento cada uno de esos momentos bochornosos, me pondré a antologarlos.
Suya fue la ocurrencia, puntual para la conmemoración del cincuentenario de Orígenes, de relacionar el cierre de la revista con el asalto al cuartel Moncada. Vitier aseguró ante las cámaras televisivas que después de Orígenes no podía venir sino el ataque al cuartel de Santiago. Conectaditos ambos actos como si se tratara del cambio de estrategia de un grupo clandestino que pasaba de la edición de una revista a la violencia de las ametralladoras. (Quien comprara por entonces el último número de Orígenes recibía, como artículo convoyado, un brazalete del Movimiento 26 de Julio. Los torturadores de Batista no se ponían de acuerdo: según unos, el cabecilla de aquel ataque respondía al nombre de José Castro Ruz, mientras que otros traían a colación a Fidel Lezama Lima.)
Metido en el agua jabonosa del cincuentenario origenista, Cintio Vitier jugó otra vez con las causalidades. Sin que se le amotinase la crencha ni alforcita de su guayabera se torciera, fumigó la tesis de que los escritores del grupo Orígenes (él y su esposa entre ellos) eran los presocráticos del Sócrates que fue José Martí.
¡Aúpa y papaúpa!
Posaba Vitier de presocrático cuando, en verdad, era previllapólico. Pues, mucho antes de que Nitza lanzara al mundo la receta de croqueta de gofio, él solo, sin la ayuda de Margot, se había inventado ya sus buenas variantes del arroz con mango histórico. (El juego de la chapita fue su fuerte. Si bien una curiosa modalidad de ese pasatiempo, en donde la presteza de mano conseguía que, por cada ocasión destapada, apareciese el grupo Orígenes.)
A raíz de la estampida de balseros de 1994, se bajó con el sucusucú de que aquellos muchachos fugabánse en balsas (no en alas) por no haber leído a Martí como era debido. De los mayores no dijo ni pío, quizás debido a su imposible reeducación. Pero los jóvenes, esos jóvenes, ¿cómo después de haber leído al Apóstol eran capaces de abandonar la Patria? Lo que faltaba allí era una buena edición de las Escenas Norteamericanas. Porque si esos jóvenes las hubieran leído, no sé, no podrían salir...
Una vez más, el autor de Ese sol del mundo moral daba muestras de su tremenda agudeza ante la realidad. Demostraba su profunda comprensión del espíritu del Apóstol al brindarle a éste el papel de guardafronteras: yugo, más que estrella.
Una década más tarde, en abril de 2003, Vitier volvió a exhibir su inteligencia fronteriza. Ocupábase otra vez de fugados, lució firmeza de inquisidor ante quienes pretendían escapar, y ningún prurito le impidió plantar su firma en la carta pública que abogaba por el fusilamiento de tres jóvenes y el encarcelamiento de setenta y cinco disidentes.
(La lengua suelta # 56, La habana Elegante, segunda época)
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