Me voy a referir brevemente a los elogiosos comentarios que graciosamente Ana María Simo dedica a mis supuestas habilidades verbales: es la vieja técnica de gritar: ¡Al ladrón! Me interesa también otra cosa; en su artículo hay una buena cantidad de alusiones equívocas. Por ejemplo, dice “porque no es lo mismo hacer una labor como aquella, que ser un burócrata de la cultura, como no es igual hacer la reflexión generacional en plena Crisis de Octubre que realizarla en la relativa comodidad del año 1966”. ¿Es que Ana María piensa que soy un burócrata de la cultura? Si lo piensa, ¿por qué no lo deja claro? Si no, ¿a qué viene esa frase? La técnica empleada en un artículo plagado de insinuaciones, que van creando insensiblemente en la mente del lector la imagen de un burócrata de la cultura, jefe de una de las camarillas literarias que asolan nuestro país y que se mantuvo escondido en las aulas universitarias hasta hacerse una especie de representante oficial del poder ante los problemas de la cultura joven, ¿se debe a Life, o lo aprendió leyéndome? En todo caso me ha superado, porque cuando pensé, como pienso, que El Puente fue “empollado”, lo dije claro. Es cierto que durante la Crisis de Octubre no pude entregarme al peligro de una profunda reflexión generacional: estaba dirigiendo una batería de cañones antiaéreos. Siento que esto suene mal, que suene pedante, que hasta suene “dogmático” en boca de un escritor, Ana María recordó la Crisis de Octubre, yo también. Luego me usa de dogmático tecnificado y letal. Sería bueno que les preguntara a los defensores del Indio Naborí o de los manuales de marxismo si existe un pensamiento dogmático-terrorista, existe también un pensamiento histérico-liberalista. Son primeros, ninguno discute ideas, ambos acusan. Y si se entiende como dogmatismo luchar contra las posiciones ideológicas que, independientemente de la opinión de quienes ¿codirigían?, se impuso en la editorial hasta el extremo de la disolución Ginsberg y desde 1962, cuélgueseme el sambenito.
Al final Ana María, cuya “actuación escrita” en este proceso me recuerda por antítesis la actuación de otra María, Schell en la película El último puente, me libera de un temor: El Puente está vivo dice que en las publicaciones universitarias. Por más que he revisado las revistas de nuestras universidades, no he podido hallar la prueba, pero... me hace falta creer en Ana María. Sería bastante triste ser conocido como el asesino de un muerto.
(…)
Para decirlo todo en junto: El Puente era dirigido por un grupo. En ese grupo (independientemente de las buenas intenciones con las que está empedrado un camino conocido) se impuso siempre la línea personal y la actitud disoluta y negativa de José Mario Rodríguez, pródigo ¿poeta? que logró publicar La conquista, De la espera y el silencio, Clamor agudo, A través, 15 obras para niños, La torcida raíz de tanto daño y Muerte del amor por la soledad, en menos de cuatro años; una fertilidad digna de Lope o del Indio Naborí. Todos los libros fueron editados por El Puente a pesar de que “la mayoría de nosotros no pensó nunca en utilizar indefinidamente las Ediciones para autoexpresarse”. “La mayoría de nosotros”..., es decir, el resto del grupo, permitió, en aras de no sé qué mítica amistad, esos hechos. Como permitió y apañó toda la errónea evolución política de la Editorial. ¿Dónde reside la corresponsabilidad de Ana María Simo? Evidentemente es corresponsabilidad en el error, el silencio y la debilidad ideológica, ya que no pudo serlo en la dirección efectiva de la Editorial.
(Respuesta a Ana María Simo, La Gaceta de Cuba, No. 52, 1966)
No comments:
Post a Comment