Si jugáramos a otra cosa que no fuera la ingenuidad y el miedo a cogernos la manito de escribir con la puerta, temeríamos algo peor que estos "crímenes" intelectuales, estos "verdugos" gremiales, jugaríamos a ser menos "intelectuales de farándula", esta versión carnavalesca del "artista de capilla", pues en esa otra dirección es como me imagino que debió continuar en serio el juego de aquella línea ascensional de lo mejor de la intelectualidad cubana del siglo XIX, con Martí a la cabeza, y no menos cívica, comprometida y abierta en el XX, con Varona, Fernando Ortiz, Mañach, Villena y tantos.
Para esa tradición que nos juzga desde los genes, los acicates, los problemas culturales siempre estuvieron en el pellejo de todos los cubanos. Es patético este circuito cerrado que hemos aceptado como el nicho ecológico donde debemos vivir y desarrollarnos en lo literario y extraliterario, sin cámara de ecos posible, al margen de los tantos y tan cruciales dilemas de la vida, sin pertenencia a un cuerpo y una fluencia vital que rebase nuestra suerte, preocupados no más que del ciclo de nuestra subsistencia cultural. Circuito que construimos a diario, donde transmitimos y retransmitimos una imagen de nosotros mismos tan ñoña, caricaturesca o reducida.
(Las crisis de la baja cultura, Cubaencuentro, 2007)
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