He repetido hasta el cansancio que no me atraen
los documentales, ya que, salvo raras excepciones, todos están guiados por los
objetivos del realizador, quien edita lo que recopila con el fin de probar su
tesis. Por lo general me resultan predecibles, aunque siempre hay unos más
predecibles que otros.
A
pesar de sus buenas intenciones, de cuyo lado estoy, el documental Letters
to Eloise, de la realizadora cubanoamericana Adriana Bosch, es más de lo
mismo. Supuestamente parte de las cartas que Lezama Lima escribió a su hermana
Eloísa, quien partiera a un exilio temprano y que fueran publicadas por Verbum
en 1998. Pero en realidad, al cabo de unos minutos, las cartas, leídas en
inglés por el actor británico Alfred Molina, pasan a un segundo plano.
El
propósito del filme es demostrar la censura y ostracismo que padeció Lezama
Lima por parte del gobierno cubano a través de sus esbirros culturales. Para
ello utiliza mayormente el testimonio de varias cabezas parlantes, método
trillado y convencional del género, intercalando a profesores y especialistas
de las dos orillas principales de la cultura cubana. Unos con conocimiento
personal de Lezama y otros, estudiosos dedicados a su obra. Bosch trata de
balancear la presencia entre los de “aquí” y los de “allá” para supuestamente
dar un equilibrio a las opiniones, aunque todos coinciden unánimemente en
apoyar las metas de la directora.
Los
primeros cincuenta años de la vida de Lezama se diluyen en los primeros minutos
del documental. Mayormente se refieren al personaje y no al ser humano, con
algunas pinceladas de sobra conocidas de la vida familiar. Luego se concentra
en su vida pública después del triunfo castrista.
Entre
los que tienen un conocimiento personal de Lezama, se encuentran José Prats
Sariol, Jesús Barquet, Reynaldo González, Enrique Sainz y César López. Entre
los que tienen conocimiento más bien libresco del autor, están Enrico Mario
Santí, investigador de su obra, César Salgado y Lillian Guerra, especialistas
en su obra, Roberto Méndez, encargado de la edición de 2010 de la valoración
múltiple de la obra de Lezama, originalmente publicada en 1970, ambas a
encomienda de la Casa de las Américas, Margarita Mateo, destacada crítica
literaria residente en la Isla y Antonio José Ponte, quien se especializa más
bien en el grupo Orígenes. Para reforzar las opiniones de los especialistas, se
contó con la participación de Mario Vargas Llosa, quien conoció a Lezama y que
se expresa de forma muy articulada, como siempre, señalando puntos importantes,
pero sin aportar nada novedoso ni personal. También aparece el profesor Emilio
Bejel.
Muy poco
de nuevo se “documenta” en esta obra. Se hubiera agradecido más presencia del
testimonio personal de quienes lo trataron. Aparte de Cesar López, que parece
más despistado que otra cosa, y de Emilio Bejel, que se limita a
insustancialidades, el resto de los entrevistados está muy bien, con un
discurso muy coherente, pero que resulta repetitivo. Demasiado homenaje,
demasiada reverencia. No es culpa de ninguno de ellos, sino de la realizadora
que impone los límites de la entrevista. Se extrañan testimonios como el que
hace Eliseo Alberto en el documental En un rincón del alma.
En
general, no se detalla ninguna crítica directa de Lezama Lima contra el
sistema. En las cartas, sus quejas se refieren al deterioro de la familia y a
la escasez alimentaria que padecieron todos los cubanos en los momentos en que
se escribían. Hay algunas en las cuales expresa su alegría por la publicación
de Paradiso, añadiendo incluso que en ningún otro país del mundo se
atreverían a publicar una novela de 600 páginas, así como el jolgorio ante la
publicación de su poesía completa y la valoración múltiple, en el año 1970, en
el cual probablemente se reunió por última vez con tantos amigos.
El
tema del homosexualismo de Lezama se limita a la recapitulación y
reinterpretación del capítulo 8 de Paradiso, que alguien señala como su
salida del clóset, pero no hay ninguna revelación acerca de su vida personal
como homosexual. Su matrimonio con María Luisa, más que de conveniencia, se
expone como una concesión al deber familiar, ya que su madre le insistió que lo
hiciera.
Son
necesarios entonces los testimonios de los entrevistados para establecer su
disidencia política, pero eso no es documento. La película se desvía hacia el
caso Padilla, en el cual fue incriminado Lezama y de ahí sigue a la etapa final
de su vida, en la cual fue abandonado por muchos a quienes creía eran sus
amigos. Se destaca su participación en el jurado que premió al libro de poesía
de Padilla en 1968 y en lo que me parece un disparate, la doctora Lillian Guerra,
profesora de la Universidad de la Florida, dice que los jurados de los premios
en Cuba los escogían los escritores, y que a Lezama lo escogieron por su
audacia y honestidad. Discrepo de ello, en Cuba todo lo deciden los comisarios
culturales, que precisamente son alérgicos a la audacia y la honestidad, lo que
pasa es que no son infalibles.
Al
insistirse que Lezama hacía una literatura que no se ajustaba a los patrones
revolucionarios, por elitista y refinada, por además reivindicar los valores
tradicionales cristianos de la familia cubana, razón principal por la cual se
le fue eliminando paulatinamente, se echa de menos una exploración del papel de
las nuevas generaciones de escritores de aquel momento, quienes desde el punto
de vista literario también rechazaban la obra de Lezama, y entre quienes se
destacaban Padilla y José Baragaño. El primero redactó lo que según Cabrera
Infante era un “salvaje ataque contra Lezama, que publiqué en el magazine [se
refiere a Lunes de Revolución] que era casi una condena oficial no sólo
a la persona sino al arte poético de Lezama. Cuando lo vi publicado, tuve la
impresión de que se había soltado una jauría contra un hombre atado”.
Lezama,
en una salida aristocrática, muy a la altura de su persona y de su literatura
nunca se dio públicamente por aludido, porque como continúa Cabrera Infante en Mea
Cuba en una conferencia patrocinada por la propia revista Lunes de
Revolución se limitó a decir refiriéndose oblicuamente al grupo que le
atacaba: “…era propio de la juventud cometer excesos, la juventud literaria
comete excesos literarios. Lezama era la personificación de la generosidad, en
la literatura y en la vida, verboso tanto como generoso”.
Las
escenas recreadas dramáticamente no aportan mucho al documental, se mueven
entre la cursilería y el melodramatismo, por suerte son breves. La repetición
de la escena inicial de una joven Eloísa alejándose en medio de la lluvia,
protegida por una sombrilla y un pañuelo en la cabeza, que mira por encima de
su hombro con una sonrisa, mientras se escucha la hermosa, pero también melosa
música compuesta por Arturo Sandoval, me parece un excesivo melado
cinematográfico.
En
parte el documental está hecho con el público americano en mente y la reunión
de opiniones y materiales resulta válida e importante para dar a conocer la
obra del poeta más allá de las fronteras que físicamente apenas cruzó. Lezama
Lima fue un grande de la literatura cubana que fue víctima de un proceso
demoledor al cual inicialmente le dio la bienvenida pero que pronto terminó
siendo implacable con él (y con muchos más). Pero en este documental, a pesar
de que Lezama tuvo muchos enemigos que nunca se buscó, sitiado por muchas
facciones, a quien probablemente mató la tristeza del abandono de sus colegas y
la desintegración de su familia, la víctima está demasiado victimizada. El
poeta merece admiración, no idolatría.
(El escritor sitiado. Cubaencuentro, mayo 2020)
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