Cacica editorial holguinera,
González reconoce que practica, practicó y practicará la censura. "Desde
que dirijo la editorial he censurado todo lo que como directora de una
editorial debo censurar", contesta a una pregunta del entrevistador.
"Sí, todo. Pero, además, eso jamás me ha quitado el sueño. Siempre he
dormido muy bien, muy cansada, extenuada de un día fatigoso. No solo he
censurado, sino que seguiré haciéndolo. Es una de mis labores".
Y para dejar claro que se refería a la censura política, agrega:
"También la mala calidad la he censurado siempre con mucho ahínco. Lo
seguiré haciendo". Es decir, ella veta lo que haya que vetar por razones
políticas y, como cualquier editor en cualquier editorial del mundo, vela por
la calidad literaria.
Durante décadas la censura de la literatura cubana descansó en su
soberbia ideológica. Operaba con celo de utopista, en nombre de la sociedad
futura que describían los discursos oficiales y que anunciaba la vulgata
marxista-leninista. No ofrecía explicaciones, nadie llegaba a pedírselas, y
apenas dejó ejemplos de comisarios políticos explayándose. Uno de ellos, de
fines de los años 70, incluía a Alfredo Guevara declarando a jóvenes
intelectuales de la llamada Comunidad Cubana en el Exterior los motivos para
censurar a Virgilio Piñera.
Con el paso del tiempo, fue perdiendo vigor ideológico y sus razones se
redujeron a los de un achicador ante una vía de agua. Y si antes los comisarios
no daban la cara, menos lo harían ahora, faltos de mística. Es por eso que
resulta tan interesante, no solo que alguien reconozca hoy la práctica de la
censura, sino que aporte argumentos para su legitimación.
Lourdes González combina sus servicios al oficialismo con un pequeño
negocio propio. Tuvo una paladar y ahora renta una habitación de su casa. Es,
además de comisaria política, cuentapropista. De sus negocios propios ha
llevado y lleva cuentas, y le toca amarrarse a un presupuesto en la editorial
que dirige. No es, por tanto, una desconocedora del funcionamiento empresarial.
Conoce, al menos, rudimentos de economía, y su legitimación de la censura es
economicista.
"El libro en Cuba no es autofinanciado, es presupuestado. Son cosas
que a la gente se le olvida", afirma.
Si su frase sobre cuánto ha censurado y cuán dispuesta está a seguir
censurando remite a la del comandante Ernesto "Che" Guevara sobre la
persistencia de los fusilamientos, esta última recuerda aquel lema interno de
una campaña electoral de Bill Clinton: "Es la economía, estúpido".
González ha encontrado la raíz económica de la censura política. La
gente no lo sabe o se le olvida, pero ella lo tiene claro. No del todo, sin
embargo. Porque es de suponer que cuando habla de una actividad presupuestada
estará refiriéndose a una actividad subvencionada, a la que la administración
pública apoya con dinero pese a no ser negocio que arroje ganancias. Y si era
eso lo que quería decir, esta es su lógica: el hecho de que la industria del
libro en Cuba sea de propiedad estatal y el precio de los libros resulte barato
por subvencionado, autoriza a prohibir obras y autores. El Estado lo paga todo
y, por tanto, tiene todo el derecho a imponer las leyes del juego. Es la
economía, estúpidos.
De esta argumentación que gira alrededor de más o menos gratuidades, se
ha abusado muchísimo a propósito de la salud pública y la educación. Es
chantaje muy gastado ya. Y falso: supone que el Estado es quien crea la riqueza
que luego distribuye, y pasa por alto las evidencias de que lo barato del libro
va combinado con bajísimos sueldos, restricciones alimentarias, doble moneda,
decrepitud de las ciudades, impuestos indirectos sobre artículos de primera
necesidad, ventajismo cambiario, jubilaciones miserables y un largo etcétera de
penurias.
No es el Estado, sino la población, quien crea riqueza y quien permite
crear riqueza a partir de la miseria en que vive. Es la población trabajadora,
y no el Estado, quien asegura que el libro sea barato. Contrario a lo que
Lourdes González sostiene, no es que exista censura porque el Estado tiene a su
cargo la industria editorial, sino que el Estado se hizo cargo de la industria
editorial para imponer totalmente la censura. Y veta autores y libros, no por
imperativo económico, sino por la única legitimación con que cuenta, que es la
fuerza bruta. Así, censura del mismo modo que se organizan actos de repudio, se
arrastra a Damas de Blanco, se carga con los manifestantes LGBTI o se impide
entrar al país a los cubanos que resultan incómodos. Por puro ejercicio del
poder. Para no perderlo.
El restaurante que alguna vez ella tuvo se llamó "Paradiso".
Le puso así por la novela lezamiana. "Sigo siendo literaria incluso en mis
negocios", se halaga a sí misma. Pero resulta tan literaria como esa moda
oficialista que se cobija en autores antiguamente censurados y que da la medida
del vacío ideológico en que esos comisarios se mueven. Faltos de leyendas propias,
no tienen más alternativa que aprovechar la mansión y el prestigio de una Dulce
María Loynaz, por ejemplo. O fundan un rincón de trovadores y, en lugar de
homenajear la obra de Silvio Rodríguez u otro de sus músicos, lo bautizan como
"El Patio de Baldovina", por la criada de una novela lezamiana.
Únicamente así se explica la necesidad de incluir a Arenas y Cabrera Infante,
magníficos escorias, en una antología del oficialismo.
Se trata de coquetería de esbirros, encantados de tener sobre el buró el
retrato de alguna antigua víctima famosa. Y no cabe duda de que, de exigirlo la
ocasión, alguien como Lourdes González no habría tenido reparo en supliciar a
ese mismo Lezama Lima que aprovechó y homenajeaba en su paladar. Habría bastado
la coincidencia de un original de autor tan problemático, ciertas instrucciones
llegadas desde instancias superiores (en el caso de Lezama Lima, desde
Seguridad del Estado, como quedó demostrado en los archivos de la Stasi) y ella
en tanto censora solícita. En su conducta se juntan varios tiempos: la
comisaria y represora política y la pequeña emprendedora capitalista, la
apelación a un gran escritor silenciado y el silenciamiento de otros escritores
en nombre de ese mismo poder.
Celebré hace dos años que fueran publicadas las memorias impostadas de
Alberto Garrandés, y celebro que se publique esta entrevista de Lourdes
González. Creo, sin embargo, que los lectores habríamos tenido más si Reynaldo
Aguilera, el entrevistador, hubiera repreguntado. En cuanto a su entrevistada,
a diferencia de un Garrandés a quien no tenía sentido pedirle nada, habría que
pedirle a Lourdes González que vaya más lejos, hasta desechar esa coartada
falsa y sentimental del sacrificio del Estado sostenedor del libro, y asuma que
ella opera sin necesidad de coartada alguna. Que es criminal y punto.
(Lourdes González, censora y
cuentapropista. Diario de Cuba, mayo 2019)
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