¿Qué
clase de novela ha escrito Heberto Padilla? ¿Una abominablemente reaccionaria y
plagada incluso de desviaciones morales, como declaró el poeta en su forzada
autoacusación de 1971, o acaso sencillamente una que se limita a reflejar
"algunos caracteres y conflictos que sólo surgen en un proceso
revolucionario", como dice el novelista en el prólogo de la recién
publicada En Mi Jardín Pastan Los Héroes?
Las interrogantes se desvanecen -en la
medida de lo posible- si empezamos por tomar En Mi Jardín… por lo que
realmente es: un mero roman á clef cuyo personaje central no es otro que
el propio autor de Fuera del Juego enfrentado a sus obsesiones y a su
peculiar concepto de la angustia en función de la Historia.
El mismo Padilla nos presenta su coartada en
las primeras páginas del libro, cuando afirma: “Son inconclusos los destinos de
cada uno de estos personajes, las situaciones en que están envueltos, porque
inconcluso y fragmentario es todo cuando se escribe en una atmósfera política
de asfixia… Los libros que se escriben en el socialismo son generalmente
imperfectos”.
Podríamos contentarnos con esta aseveración
(que más bien parece una disculpa) si la ficción literaria fuese una simple
transposición de la realidad a que alude el discurso. Pero todo intento de recrear
la realidad presupone la voluntad de superarla estéticamente, en este caso
mediante la palabra, herramienta que Padilla no demuestra ser capaz de dominar
en la misma medida que otros novelistas igualmente inmersos en el contexto de
una atmósfera política enrarecida por el totalitarismo, mas no por eso
truncados en su capacidad creadora e imaginativa.
No ocurre lo mismo, me temo, con la novela
que Heberto padilla sacó clandestinamente en una bolsa de polietinelo. Su
posterior revisión, ya en el exilio, no ha agregado a la obra ninguna cualidad
que la redima de manera perdurable, ni como mensaje desnudo, ni como texto.
No resulta difícil adivinar que en el
personaje Julio -intelectual caído en desgracia y relegado a un oscuro puesto
de traductor- Padilla ha volcado una buena parte de su turbado y a ratos
exuberante mundo interior.
Sin embargo, más que introducir al lector en
una galería de literatos asediados por los mecanismos de poder (como muchos
suponen), Padilla ha elegido presentarnos todo un compendio de burócratas
desencantados cuyo empeño más sostenido parece ser el de llevar a feliz término
y entregar puntualmente las traducciones que les han sido encomendadas como
penitencia, al tiempo que discuten furiosamente entre sí y hasta con los autores
de los libros que traducen, a falta de mejor contrincante.
En Mi Jardín Pastan Los Héroes
carece, además, de una adecuada progresión argumental, privada de la cual,
lamentablemente, la novela abandona todo reclamo de credibilidad. En su lugar,
el autor se contenta con delinear apresuradamente una abigarrada serie de
anécdotas cuya finalidad escapa a todo esfuerzo de nuestra imaginación.
(…)
Narradas en un estilo excesivamente llano,
casi forense, las situaciones se amontonan unas sobre otras hasta componer un
tedioso mosaico que apenas logra transmitir la atmósfera de acoso en que el
autor, a todas luces, se proponía introducirnos.
(…)
Nada puede excusar la torpeza literaria, ni
siquiera el contexto político en que se realiza la escritura, y en tal sentido
puede entenderse la novela de Heberto Padilla como un intento fallido de
expresar las inquietudes de una época y las obsesiones de un hombre, más
alucinado que heroico, mucho menos escritor que protagonista.
(No
bastan los héroes. Revista Término, No. 1, otoño 1982)
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