La
Feria del Libro culmina para mí. Me queda la angustia de no hallar lo buscado,
de constatar lo que ya sabía: que está deprimido como nunca el sistema
editorial cubano.
La preocupación mayor es sobre qué
presupuestos se logra todavía movilizar a tanta gente hacia el este de la
ciudad. Si se mira bien, la mayoría de las personas salen de La Cabaña cargadas
de pacotilla, de producciones seudoculturales que entre otros despropósitos no
hacen más que incitar a niños y jóvenes a no tomar en sus manos un libro.
En la Feria Internacional de La Habana usted
adquiere desde afiches de ciertos personajillos de la música internacional,
hasta —por cinco ceucé— un libro titulado «Atrévete a ser ganador. El secreto
de hacer realidad tu sueño», o por dos, para su hijo, un sello metálico que
adherirá a su ropa y que reza: «I love porn».
Luego censuramos libros que despotrican
contra fenómenos semejantes y hablan de la nación que debíamos ser y
definitivamente no somos.
Qué pena que el muro de ser el país más
culto del planeta nos quede más alto que el que este año se colocó en los
jardines del Complejo Morro-Cabaña y retó a escalarlo con guantes, cuerdas,
casco protector y un nada módico precio en una moneda que ya no sirve para
mucho.
(Tomado
de Facebook, febrero 2020)
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