De modo general, los compendios de poesía descansan en tres formas primordiales de concepción: los generacionales, los temáticos y los que presentan movimientos o grupos. Las compilaciones de corte generacional suelen ser ferozmente injustas, al punto que si un autor no cumple los cánones de tal o más cual generación, queda fuera del conjunto por su incapacidad para ser adaptado a las normas, cuando, en verdad, los grandes autores son aquellos que transgreden las pautas, ya que saben, o intuyen, que pertenecer a una promoción no da ningún prestigio literario per se y es solo una forma de presentarse a la línea de arrancada para esa gran maratón que es la literatura. Sin duda el paradigma de este tipo de selección es La generación de los años 50, de Luis Suardíaz y David Chericián, con prólogo de Eduardo López Morales, que viera la luz por Letras Cubanas en 1984. Para mi gusto, este libro adolece, en primer término, de un excesivo afán de politización de la literatura, e incluye un conjunto de mártires como Raúl Gómez García, Frank País, y otros, que si bien corresponden cronológicamente al grupo seleccionado, no son ni por asomo poetas, sino jóvenes que, en el fragor de su participación en la historia del país, escribieron algunos versos de auténtico patriotismo, pero de dudoso valor literario. Incluye, además, otros autores de cuestionable interés como Luis Pavón, José Martínez Matos, Otto Fernández, Alberto Rocasolano, Adolfo Suárez, el propio prologuista Eduardo López Morales, e incluso el antólogo David Chericián; mientras faltan tres poetas capitales de esa promoción, el ya mentado Roberto Friol, y los residentes en Estados Unidos Lourdes Casal y Heberto Padilla.
(Meditraiciones, Cubaliteraria, 2004)
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