Su autor gana un premio literario, cuenta la ceremonia de premiación, nos larga el discurso leído en ella, pega a esto unas cuantas reseñas de películas, algunos paseítos, unos cuantos piropos a su mujer (que está de bala, a juzgar por las fotos), cartas inéditas de algunos intelectuales desaparecidos, y ya está armado el libro. Se dice fácil, claro. Sin embargo, ningún otro cubano ha tenido talante para darse bombo así. Ni Yoyó ni Mimí, ni Miguelillo Barniz ni Pablo Armanducho Fernández. Ningún otro escritor del patio tiene en sus zapatos los soportes ortopédicos que permiten tal empuje. Y hay que reconocer que la literatura cubana está en un punto en que se debe agradecer hasta el descaro.
(La lengua suelta # 10, La Habana Elegante, segunda época)
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