• Me detengo ante una frase que pudiera, en el contexto de un grupo histórico, definirme: “programados para vivir en el comunismo”. ¿Programado, por quién? ¿Cómo podría un ser humano adulto, convencido de sus posibilidades infinitas y de su lugar en el orden cósmico, reconocerse en semejante operación? Decido no participar, tampoco, de la queja hacia el estado-padre que todo lo puede. No estamos en los años sesenta y sabemos que no es de rigurosa obligación operar con el Estado ni a su favor. Armonizar y no seguir, indicaba el maestro Deshimaru.
• Hoy sabemos. Dice Iván, que es posible la aparición de “un humano que puede hacerse, literalmente, a sí mismo”. Bien, pero esta revelación es el núcleo de la tradición cubana del XIX y persevera, junto a la idea de la renuncia, en Varela, Luz y Martí con el llamado a que cada cual se construya el edificio de su propia ciencia. Por otra parte, el sueño de un mundo “sin dinero y sin clases” que a algunos intelectuales irrita como perspectiva de un mundo “sin clase”, subyace en el principio de toda religión y toda verdadera filosofía. ¿Abandonarlo ahora? A fin de cuentas, siempre fue un sueño difícil y, como decía, desde la misma tradición, Lezama: “sólo lo difícil es estimulante”. Realizar aquí y ahora ese sueño y hacerlo fluir, silencioso, en todas las direcciones. Esto, lo verdaderamente radical.
• ¿Y acaso las “escuelas de la Revolución” han de parecer ahora más férreas y autoritarias que las escuelas del Imperio? Recordar a Kafka, a Rilke y a Musil; observar al MTI de New York o a la School of Economics de Londres en el intento de formar liberales a la defensa del más fundamentalista de los materialismos: time is money. Sin embargo, ¿money, is it time?
• Antes de olvidar Orígenes y para establecerse en un espacio crítico que le haga justicia, los interesados podrían preguntarse si estarían dispuestos y preparados para edificar una experiencia semejante en nuestros días, que no es otra que la de la fe en la razón poética y su utilidad para aprender algo acerca de nuestro lugar en la historia. El legado de Orígenes no ha sido aún suficientemente asimilado y un mínimo de paciencia con el pasado es indispensable si no queremos que el futuro nos sea indigesto como para algunos lo es ahora el presente.
• “Abandonar el pleistoceno cubano”. Vamos, que en Cuba había ya Universidad cuando New York era apenas un potrero y, en definitiva, el hombre nuevo es bien antiguo. Ni tampoco hay en las páginas de la antología, salvo la referencia a la práctica de zazen, una sola idea que pueda traducirse en términos de transformación, un hoc age, como gustaba de decir Lezama. Ya Deshimaru hubo de insistir en este punto al señalar en la civilización occidental su incapacidad para poner filosofía y religión al servicio de la vida cotidiana, cuestión por demás ya notoria a algunos pensadores del ya lejano Renacimiento, como es el caso de Erasmo de Rotterdam. En fin, que no estamos tan solos en el camino hacia el despertar.
• Y qué decir de ese gay savoir que no es ni alegre ni sabio y que con el suspiro de alivio del ego amenazado por lo gravoso de toda transformación exclama: «y algún día la revolución habrá acabado». La revolución es una condición infinita del ser humano, no se agota en la geografía ni se resuelve en las obsesiones clasistas. Solo los tontos o los egoístas, como decía Martí, creen en el regreso a un hogar, dulce hogar donde no pasa nada, al menos, en los cotos del ego.
• ¿Se habrá de pasar por alto la referencia de Victor Fowler a “las mentiras que nos vimos todos obligados a decir”? Que cada cual se haga responsable de sus propias mentiras y que en el silencio de la honestidad individual se pueda creer en lo posible de aquella digna creatividad que nunca culpabiliza las circunstancias.
• Habría entonces que vislumbrar, forzosamente, según Rojas, «un orden poscomunista» para acceder a la utopía. A esto se reduce el compromiso con la imaginación; pobre en contactos con la razón poética, rica en acuerdos con la razón imperial, cierto tipo de pensamiento evoca la parábola de las ranas que querían un nuevo rey para su charca.
• ¿Reconstrucción nacional? He aquí que los filósofos se hacen deudores de la jerga de los funcionarios imperiales. Resumiendo: reconstitución del capital financiero y del libre mercado y, como diría el bufón de Shakespeare, la putería puede venir después.
• No hay alternativa elegante: la pretensión de que en Cuba “el intelectual plenamente crítico solo puede ubicarse en la marginalidad, la disidencia o el presidio” es incorrecta y de naturaleza mercenaria. Será preciso desmentirla y, por otra parte, revisar nuestros conceptos de “crítico” y “radical”. Una visita a las etimologías podrá ser saludable cuando ciertas apropiaciones del lenguaje sirven para asegurarse una posición en medio del arcaico cosmopolitismo imperial, empeñado en la transmisión mediática de miseria espiritual y avidez material.
• Reinserción cubana en la modernidad: FMI, BMI, IBM, Nike, Coca Cola, NBA, etc.
• ¿“Patriotismo suave”? Ningún “ismo” es verdaderamente suave. Por otra parte, ninguna forma de amor ocurre como los cursos por correspondencia, o las compras a crédito.
• Según el tono general de estos textos la recomendación para proyectar un futuro cubano podría ser “menos inocencia y más pragmatismo”, según reza en el artículo sobre arquitectura. Curioso, porque es precisamente la inocencia la que nos permite ver la realidad tal como es e imaginar entonces el mejor de los futuros posibles, el que solo se entrega desde la raíz. Pero se va perdiendo el hábito de considerar lo radical como aquello que, sin agredir, accede a la raíz de un fenómeno. Asimismo la crítica, que en su antigua acepción de “juzgar como decisivo” alude a un proceso curativo que se presenta como inevitable, deriva, sin embargo, en el ajuste de cuentas y la controversia competitiva. Nada que ver con la alegre tenzone de los antiguos trovadores que, aunque olvidada, participa del destino de la poesía occidental. Incluso de la más visionaria, como sucede con el Dante. En esta ausencia de alegría, que pretende solucionarse con el mero choteo y el egótico encogerse de hombros, se nota la falta de un impulso hacia la curación, de aquel entusiasmo que impera en lo decisivo. Se habla en general, no como participantes de una historia común, sino como emigrados de un pasado remoto o como analistas invitados. ¿invitados a dónde? Vendría bien aquí entonces lo de “escépticos” por “observadores”: extranjeros. Y a su propio futuro son ajenos.
(Notas al vuelo, notas a tierra, La Jiribilla, No. 55, mayo 2002)